lunes, 2 de agosto de 2010

Leyenda de una bruja

Escrito por nuestra compañera Erena Butendieck (julio, 2010):

"La lluvia se desplomaba horizontal, azotando las ventanas. El viento, con unas ráfagas al derecho y otras al revés, clavaba y desclavaba la techumbre.
Un milésimo relámpago rasgó los cristales con su luz. Sin hacerse esperar, un trueno estremeció la casa como si un gigante la hubiera remecido. En ese mismo instante todo se quedó a oscuras. Los amigos se miraron sin verse, esperando quizás, cada uno la reacción del otro. Micael, el dueño de casa, se levantó y a tientas fue a encender unas velas.
Amanda cogió un mechón de sus cabellos y se los llevó a la boca para mordisquearlos como si fueran spaghetti. Cuando los nervios la dominaban, sentía la necesidad de hablar como una cotorra para calmarse. Por eso dijo:
-¿Qué os parece si mientras esperamos que amaine la tempestad os cuento una historia que me ha venido a la memoria? Es la noche idónea para esta leyenda que me contaron como un hecho real. Tendría yo unos siete años cuando me la contó mi nana. Pero dejemos que sea la voz de ella la que hable:
-No se ría señorita, porque todo lo que le estoy contando es verdad. Las brujas existen y se pueden desenmascarar, esto lo comprobó mi abuela. Por curiosidad puso en práctica el secreto que le trasmitió mi tatarabuela a su hija, es decir a mi bisabuela, y ésta a su vez, a mi abuela y así hasta llegar a mí. Pero fue sólo la insensata de mi abuela quien usó el secreto. Si ella no lo hubiera hecho, no habría pasado lo que pasó, pero lo hizo y hecho está.
Mi abuela Elisenda no hacía más que pensar en ese secreto. ¿Sería verdad lo que le había revelado su madre? Ella no conocía a ninguna bruja, pero un día llegó a casa de su patrona una mujer que parecía venir de otro mundo. Caminaba como una sombra y en su cara pálida apenas cabían sus ojos saltones. Se quedaron solas en la salita de costura, la visita y la patrona. ¿Por qué no usaron el salón y por qué se encerraron a secretear en esa salita?
Poco tiempo después la visita se repetiría. Mi abuela lo intuyó porque la patrona le ordenó limpiar la salita: Vendrá alguien y quiero que esté limpia y despejada, le dijo sin aclarar nada más.
Mi abuela era joven por esa época y la curiosidad la perdía. Estaba convencida de que esa mujer extraña era bruja. Fue entonces, por esa curiosidad malsana, que decidió usar el secreto para desenmascararla, no fuera que le hiciera daño a su patrona.
El día tan ansiado, mi abuela cogió la tijera más grande de la casa, la abrió en cruz y la escondió debajo del cojín de uno de los dos silloncitos. ¡Este era el secreto! Con la tijera en cruz, si quien se sentaba encima era bruja se quedaba pegada sin poder levantarse. ¡Lo que no le habían enseñado a mi abuela Elisenda era cómo despegarla después!
Cuando sonó el timbre, mi abuela sintió un mordisco en el estómago. Abrió la puerta intentando controlarse y guió a la visita hasta la salita. Simulando gentileza corrió el sillón para que se sentara, pero ¡ay!, la patrona se apresuró y se sentó en él. Elisenda, es decir mi abuela, tartamudeó sin saber qué hacer y se quedó clavada en el suelo. Sólo pudo mirar cómo su patrona se sentaba en el sillón preparado para la bruja. Ella la sacó de su inmovilidad, ordenándole traer el té y los bizcochos.
En la galería que daba acceso a la salita, mi abuela caminaba como poseída, acercando a menudo la cabeza a la puerta. No le llegaba ni siquiera un rumor. Sólo deseaba que cambiaran de asiento. Al cabo de una eternidad oyó que la patrona la llamaba, aunque apenas reconoció su voz.
Nada más entrar en la salita vio a la visita sumida en lo que parecía un rito de exorcista, musitando palabras ininteligibles para ella.
-Ayúdame a levantarme que no puedo. Algo me pasa -le dijo la patrona.
Elisenda se acercó para ayudarla, pero rápidamente se dio cuenta de lo que pasaba y retrocedió. Ahí se quedó petrificada mirándola. Mi abuela contaba que con sólo recordarlo se volvía a quedar de piedra como un moai.
La patrona jadeaba y en vano intentó seiscientas sesenta y seis veces levantarse, pero continuó unida al sillón. Su cara había cogido un tono azuloso y chorreones de sudor bajaban de su frente hasta el suelo. De pronto, ¿sería por efecto del exorcismo? el sillón se desintegró. La patrona cayó al suelo en medio de un remolino de trozos de madera y plumas que volaban y se le pegaban en el sudor. La tijera abierta se le clavó en el costado. En este momento, contaba mi abuela, se desmayó. Al volver en si creyó despertar de una pesadilla, pero no. A su lado yacía todavía la patrona y el médico del pueblo le estaba cerrando los ojos. Alcanzó a murmurar ¡Dios mío! y se volvió a desmayar."

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