martes, 31 de agosto de 2010

LA BOLA



Cae la bola al suelo y baja los escalones con el ritmo acompasado de quien no tiene prisa, de quien seguro de sí mismo, con parsimonia, es capaz de saltarse los peldaños de dos en tres, sabiendo que ningún tropiezo le hará errar el paso y de que llegará gloriosamente a su destino.

Es tan sencillo, _me dice volviendo el rostro mientras desciende por las escaleras_, despacio, sin prisas, solo hay que hacer las cosas bien y se alcanzan, ¿ves?

Toc, toc, toc ..., ríe la bola hasta que ya no puede continuar bajando, y atraviesa rodando el corredor, buscando la salida.

Es inútil, Juan, no puedes salir, no insistas. Pero él, siempre tan tenaz, parece que conseguirá saltar a la calle. Antes de alcanzar el portal, se vuelve a mirarme. Clava en los míos sus ojos de color negro oliva, buscando la luz que le falta, la respuesta a esa pregunta que aún hoy vuela por el aire.

"¿Cómo pudo ocurrir?"

Es incansable. Me ahogo, y en un arrebato, esa bola tan redonda y tan perfecta estalla contra la cristalera, la hace añicos, la destroza. Desaparece la esfera maldita, no así los ojos de Juan, que miran desde la nada y desde el todo, preguntándome cómo pudo ocurrir.

¿Es que no lo entiende? Es tan sencillo... No siempre se tiene una respuesta, para todo.


Chu

lunes, 30 de agosto de 2010

Con el color del dulce de leche.

Van rodando por la larga mesa traen consigo el mar, la tierra, el sol, el pino… cada uno desde nuestro asiento, dispuesto alrededor va tomando la del color que le recuerda otros momentos.
Es mi último día en Benalmádena, por este año, recogida sobre mi misma con pensamientos encontrados… entre la nostalgia de no estar presente el próximo miércoles en este taller donde jugamos con las letras, inventando historias deseosos de contarlas y pensando en el vuelo que me acercará en pocas horas a mi familia, a mi país de tango, mate y ombú.
Mientras se deslizan desde la cabecera hasta la otra punta, el sonido y movimiento, me trae un cuadro de la infancia, donde mi hermano competía con sus amigos a ver quien las tiraba más lejos, con la aprendida técnica arrodillados, apoyando una parte de la mano en el suelo, tomándolas entre el pulgar y el índice; las había de varios tamaños y colores, recuerdo a mami, cociendo los bolsillos que el peso de las mismas descosían.
En su andar presuroso sobre la tabla lustrada, van alcanzando el otro extremo, pasan por mi lado quedan muy pocas para elegir, estiro la mano y tomo una color dulce de leche.
Desde el otro lado del Atlántico, estoy  escribiendo con este objeto redondo, pequeño, entre mis manos despertando sentidos, su materia es fría la envuelvo en el calor de los momentos, las palabras de cada uno de mis compañeros, sonrisas, comentarios, todos unidos en un tris por el placer común.
Vestida de simbología esta bolita se llama Airesbenal.  


                                                                                                              Viviana Monjo.

viernes, 27 de agosto de 2010

SINESTESIA

Escrito por nuestra compañera Pury del Valle (agosto, 2010):

Cada idea, cada pensamiento tiene una forma,
tiene un sonido, un color diferente, rojo, blanco y amarillo...
una energía inagotable que invade todo mi ser,
se expresa en lo cotidiano,
hoy tiene empuje, fuerza…
fuerza, si, es la que me transmite esa …

piedra…
Mi cristal preferido, mi piedra preciosa.
A lo largo del camino, hay muchas piedras,
grandes, medianas, pequeñas,
cada una me sugiere un pensamiento distinto,
un sonido, diferente, suave, fuerte, débil, agudo…
me atrapa su belleza,
quedo absorta contemplándola,
me las quisiera llevar a todas conmigo.
Cada una significó algo para mi, en las diferentes etapas del camino de la vida.
Todas en cambio me transmitieron una energía inagotable
que fue invadiendo todo mi ser.
Es como una sinfonía que me hace vibrar al compas
de lo cotidiano.
Si las hubiese guardado todas, hoy podría edificar una casa,
una casa de piedra, itzza etxea” en vasco.
Entonces era muy joven y no tenía idea lo que podía hacer con ellas…
Hoy, me doy cuenta, que aunque no construí una casa física,
en la que hoy podría vivir a gusto, segura, sin gastos de infraestructura…
No muy lejos de esas formas, he construido mi pensamiento basado
en la convicción de mis ideas, y me siento a gusto conmigo misma,
segura del espacio interior que fui edificando.
Cada piedra evoca en mi un recuerdo, una vivencia, un color, una forma,
una nota musical para componer la sinfonía de mi vida,
si le tuviese que poner un titulo diría: Sinfonía en La Mayor…
la vida es Bella y merece la pena vivirla.

jueves, 26 de agosto de 2010

Transferencia


Escrito por nuestra compañera Pepa Cejas (agosto, 2010):

Enterré a mi hijo a la orilla de un canal en un país frío. Clavé apenas una cruz de madera, donde mi hermano había grabado con sencilla caligrafía el nombre y la fecha: Anton Eckeström. (8 de noviembre, 1991 - 22 de junio, 2007).

Ese día se oscureció mi modo de mirar. O quizá, sin planearlo, fui yo quien bajó la persiana y corrió las cortinas al mundo.
Sólo había dolor, como un aire que se cuela entre las superficies, se acopla y, a su paso, las desgasta. Había un chocar de las palabras mías que se negaban a hilarse en frases, a concederme una mínima lógica productiva. Había desorden, un terrible desorden en el modo de sentir o comportarme; de enlazarme a quienes me miraban con honda preocupación y me tendían sinceras manos de consuelo.

Viajé. Sin mapas. No encontré obstáculo en la editorial que, amablemente, me esperaría sin límites. El dinero del seguro cubríría con creces aquella necesidad extravagante. Perderme ahondaba aún más mi tristeza pero, a la vez, me otorgaba una cierta sensación de coherencia.
Pasaron meses.

Fue en la playa, al sur de una península con perfil caprichoso, donde el dolor se replegó, se avino a enroscarse; donde todas mis sombras sin contorno encontraron un hogar, una suerte de forma concreta que las recogía.

Caminaba. Como solía: la mirada al frente, las manos a la espalda, el pelo revuelto. Pisé la piedra y retiré el pie dolorido con brusquedad. No había sangre pues las formas eran romas, pero sentí una intensa punzada. Me agaché y la tomé en la mano. Tan vacía, tan muda, tan amarga aquella piedra penetrada de agujeros. Ahí estaba, fuera de mí, hirviéndome en la palma, imagen de mi propio corazón desubicado.

Cerré el puño. Cerré los ojos. La aproximé al pecho. Y la tristeza -noté- mansamente fluyó hacia aquella piedra blanca que, ante mi asombro, no aumentaba de tamaño ni cambiaba de color. Piedra viva, sin embargo, digiriendo mi dolor, amalgamando aquel derrame y habitándose con mi desorden.
Sé que vomité sobre la arena; varias veces; que necesité prolongar mi paseo antes de volver al hotel y que esa noche ya no recordé mis sueños.

Conmigo la llevo siempre. Aparece en un bolsillo, en mi cartera… A veces, en invierno, dentro de un guante… Me hace buena compañía. La que es presencia sin estorbo. Y no la aparto, que en ella pesan mis recuerdos, mi lastre y mi hondura. Aunque vivamos como pareja que ya no comparte la cama: amablemente las dos, cada una en su territorio.

Una visita inesperada

Escrito por nuestro compañero Fran (agosto, 2010):

....Era 1 de septiembre, del 2010, un miércoles cualquiera del calendario. Pero ese miércoles tocaba asistir al taller “Las palabras del escritor”, en la Biblioteca de Arroyo de la Miel, y algo impresionante pasó en aquella reunión literaria.
....El último día que vinimos, se nos entregó a todos unas canicas de colores, cada cual con un aroma distinto. La que me tocó a mí olía a naranja, y era normal, pues venía vestida de un color anaranjado. Pero no era esto lo raro y maravilloso de esta historia, no, fue algo mucho mejor...
....Cuando Ricardo se disponía a pedirnos leer nuestros ejercicios, sobre las bolas de colores que nos dio, una espesa niebla comenzó a formarse justo detrás de nuestro amigo. Él seguía hablándonos sin enterarse de nada, pero los demás íbamos viendo cómo aquella nube de humo iba tomando forma humana.
....Nuestra joven Alejandra soltó un grito de película de terror. Lola, Cecilia y Erena se levantaron de las sillas aterradas. Los demás nos quedamos como bloques de hielo en nuestras sillas, hasta el aliento se nos congeló en la boca.
....Aquel fantasma tomó forma corpórea; era un señor mayor, con barba y bigote, elegantemente trajeado con chaqueta y corbata. Y en cuanto tocó el hombro de Ricardo, éste se llevó el mayor susto de su vida, poniéndose en pie de un salto.
....-¡Tranquilo, tranquilos todos! –Dijo el extraño visitante- ¿No sabéis quién soy…?
....Aquel hombre, o fantasma, o lo que fuera, tenía un rostro serio, pero sus palabras llegaron a tranquilizar a todo el grupo…, bueno, o eso parecía. Ante nuestro oscuro y pavoroso silencio, aquél hombre siguió hablando:
....-¡Tranquilos, por favor! Adoro las sinestesias, y no he podido contenerme para venir aquí y disfrutar de este día con vosotros. Por favor, dejadme un asiento para acompañaros.
....No sé, pero su esmerada educación parecía habernos hipnotizado a todos, pues acogimos a aquel extraño en nuestro grupo, y seguimos con lo nuestro. Ricardo pidió que leyéramos nuestros textos. Levanté la mano, y empecé yo:
....“Un día me crucé con una desconocida, era hermosa, y tanto, que casi tenía que cerrar los ojos por la hiriente luz de su belleza. Al tropezar los dos, la bola que llevaba entre mis manos cayó rodando. Ella recogió gentilmente la canica anaranjada y me la ofreció.
....-¿Qué es esto? Me preguntó. Y yo le dije: “Es un beso resbalando de mis manos, un pequeño atardecer de aromas de otoño”. La chica hermosa dijo que más bien le parecía el pequeño huevo de un ave Fénix. Los dos sonreímos”.
....Fin de mi ejercicio. Ahora le tocaba a Laura y su texto con sinestesias. Pero el señor extraño se levantó, diciendo que sabía algunas bonitas:
....-Es de oro el silencio –dijo-, la tarde es de cristales azules…
....-¡Eres Juan Ramón Jiménez! –gritó Eduardo, señalando a aquel hombre.
....Y el espíritu del poeta onubense se desvaneció, en una nube de humo, ante nuestros atónitos ojos.

miércoles, 25 de agosto de 2010

LO DE LAS BOLAS (un poco largo, perdón)

Querido Amigo:
El otro día le abrieron a uno la cabeza en la plaza mayor.
Un ladrillazo.
La gente comenta que tal vez los chicos estaban jugando en una obra. Seguramente apostaban a ver quien lanzaba el ladrillo más lejos. Cosas de chicos, quien sabe.
Lo que si vieron algunos fue el ladrillo volar a una altura considerable. Se comenta que el ladrillo silbaba como un obús, tal era la velocidad que llevaba.
Fue a dar en la cabeza de Serafín Méndez.
Un golpe limpio. La cabeza se abrió como una caja de puros, con un ligero chasquido, sin sangre.
Unas chicas gritaron, un señor corrió a socorrerlo, pero Serafín hizo un suave gesto con la mano rechazando ayuda y se sentó lentamente en el suelo.
Sus pensamientos comenzaron a desparramarse en todas direcciones.
Parecía mentira que en una cabeza tan pequeñita hubiera sitio para tanto pensamiento.
Eran como canicas de cristal de diferentes tamaños, canicas cantarinas, otras canicas susurradoras, algunas tan grandes como el pomo de una puerta. Botaban alegremente sobre el suelo empedrado de la plaza.
La gente, en un principio, daba pequeños saltitos para esquivarlas.
La plaza estaba llena, no se si sabré explicarte, amigo, el revuelo que allí se organizó.
Sergio, el de la panadería, haciendo alarde de unos reflejos fuera de lo común, reaccionó admirablemente, sacando un saco vacío del almacén y acercándoselo al pobre Serafín.
Serafín que parecía a punto de desvanecerse pero estaba más entero de lo que se podía esperar, asintió con la cabeza y extendió los brazos para sujetar el saco bien abierto.
Fue el mismo panadero el que empezó recogiendo los pensamientos más cercanos y echándolos al saco.
Todo el pueblo se puso manos a la obra. La plaza parecía un corral de gallinas hambrientas. Todos se agachaban y caminaban hacia el saco recogiendo los pensamientos del Sera por el camino.
Se podía mirar dentro de las bolitas. En cada una había un pensamiento del accidentado. El cachete que le dio el maestro sin tener razón, el otro cachete que le dio con razón, su primer beso, la comilona que se dio gracias a una apuesta…
El Sera sujetaba el saco y agradecía cada bolita con una leve inclinación de su cabeza limpiamente abierta. Con cada inclinación, un puñado de pensamientos brotaban de su cabeza. Don Agustín, el matasanos, no sabía que hacer, nunca había visto nada igual en sus cincuenta años de profesión, pero tuvo el acierto de sentarse tras el Sera y sujetarle el cráneo con ambas manos, cerrándolo lo mejor posible presionando con los pulgares para evitar una mayor pérdida de pensamientos.
Se comenta que la Justi, la muchacha más bonita del pueblo, cogió un pensamiento para echarlo al saco y lo miró antes de soltarlo. Era el recuerdo de una horrible punzada de dolor debida a un desengaño amoroso. Ya se sabe lo dolorosos que son esos lances.
Tanta ternura tocó el corazón de la moza que antes de soltar la canica en el saco, estaba perdidamente enamorada del Sera. Eso es lo que cuentan.
Afortunadamente la Justi acabó entrando en razón con el tiempo, en parte gracias a los consejos de las amigas que contaban haber visto otros recuerdos del Sera menos inocentes , y en parte por el empuje del Dioni, que acabó llevándola al huerto.
El que más y el que menos, todos miraron dentro de algún pensamiento del Sera, con cierto disimulo… porque aquello saltaba a la vista que era una cosa muy íntima. Algunos cayeron en la cuenta de que cuanto más lejos estaba el pensamiento del saco, más tiempo tenían para curiosear los recuerdos del vecino.
El bueno de Nicomedes, que nunca, nunca, había salido de la norma y gozaba de la más blanca reputación del pueblo, miró dentro de un pensamiento lleno de tocamientos pecaminosos adolescentes y perdió el control.
Salió corriendo de la plaza con la bola y unos mozos le dieron alcance en el arco de la Estrella y lo llevaron en volandas hasta el saco. Nicomedes soltó la bola llorando como un niño.
Sergio, el panadero tuvo que ir corriendo a buscar otro saco, y un tercero que se llenó hasta la mitad.
Cuando no quedaron más bolitas en la plaza, acarrearon al pobre Sera entre unos pocos y otros pocos se hicieron cargo de los sacos. Todo el pueblo en procesión hasta la Casa de Socorro.
Tanto el practicante como el asistente coincidieron con Don Agustín, el matasanos, en que nunca habían visto nada igual.
El pueblo en pleno esperaba en la puerta de la Casa de Socorro. El auxiliar salía de cuando en cuando contando que la cosa iba bien, que le había entrado un saco, que le había entrado otro y cada noticia era acogida con un murmullo de satisfacción.
Tres rosarios completos duró la intervención. En la cabeza del Sera entraron todas las bolitas, y aún sobró espacio que rellenaron con una minicalculadora de bolsillo, lo cual fue un acierto, porque el bueno del Sera demostró a los pocos días que podía hacer divisiones de hasta ocho cifras de cabeza.
Le cosieron con una técnica muy moderna de cirugía plástica que le dejó una cicatriz muy finita que se disimulaba perfectamente peinándose con la raya en el otro lado.
En ocho días, el bueno de Serafín volvió a pasear a la Plaza Mayor, como siempre.
Pero ya no era como antes. De repente todo el mundo tenía algo que hablar con él. Todos le buscaban conversación.
Pero el Sera no hablaba casi nada. Se limitaba a responder a las preguntas que le hacían, con monosílabos, cuando todos esperaban una charla extensa e íntima.
La gente comentaba ¿Qué le pasa al Serafín?¿No se había quedado bien?¿No se ha volcado el pueblo cuando el ha tenido problemas?.
Se mandó al Valentín, amigo del Sera de los de siempre, de confianza, de los de verdad, para que hablara con él. Estuvieron sentados en un banco tres cuartos de hora.
Al parecer, el Sera comentó que se notaba como que le faltaban recuerdos, no sabe cuales ni cuantos, y que sospechaba que alguno del pueblo se los ha quedado, no sabe porque ni para que.
Todos se echaron las manos a la cabeza. El Sera no sabe lo que dice ¿Quién va a querer lo que no es suyo? ¿Quién se atrevería a robar una cosa tan íntima en un pueblo tan honrado? Evidentemente el Sera no se ha quedado bien de la cabeza.
Pero pasó lo que nadie se esperaba. A la caída de la noche, el viejo Tomás, a sus noventa y dos años, dio la campanada acercándose a la casa del Sera y entregándole una bola. Era el recuerdo de una borrachera en la mili, en Melilla.
Serafín le da las gracias y acepta las disculpas del viejo, pero persiste en su actitud seca, al parecer siguen faltando recuerdos.
El sera sigue paseando por la plaza, y todos desean charlar con él sobre este o aquel recuerdo, pero nadie se atreve. La mirada cada vez más hosca de Serafín Mendez da pena y miedo.
Ahora, querido amigo, viene lo mío. Esto es confidencial.
Yo pisé la bolita, no se si casual o intencionadamente, una bolita pequeña que recogí con disimulo y guarde en el bolsillo.
La verdad es esa.
No es nada. Es un recuerdo muy pequeñito de una mejilla de niño apoyada en un pecho de mujer, un pecho enorme con un pezón rosado y tibio.
Sólo eso.
Lo miro de cuando en cuando, siempre que estoy solo. Poco a poco lo he ido haciendo mio.
No lo puedo devolver, ni se me pasa por la cabeza.
Si no lo devuelvo le robo al Sera. Si lo devuelvo me robo a mi.
¿Soy una mala persona?¿Tengo opción, hermano? Son preguntas retóricas, no tienes que responder.
Además, ya lo tengo decidido, me voy a hacer un llavero.
Eso es todo, un abrazo.

martes, 24 de agosto de 2010

A la melena pelirroja de Amparo

Este soneto lo ha escrito nuestro compañero Fran:

A la melena pelirroja de Amparo

Tu pelo es una larga incertidumbre
que araña la razón de mis sentidos,
y casi escucho en mí claros latidos
cantándole a tu clara y bella lumbre.

Tu pelo tiende en ti su mansedumbre
de un rojo amanecer, enardecidos
mis ojos se desvelan tan heridos
que a la dicha tu fuego los encumbre.

Como un jardín de rosas es tu pelo
sobre tu cuerpo blanco en clara nieve,
uniendo la pasión a blanco cielo.

Claro río de amor que claro llueve
en tu piel y en mis ojos como un velo
que arde como un sol y me conmueve.

jueves, 19 de agosto de 2010

Sonetos

Ya que vimos algunos sonetos, aquí os dejo más...

UN SONETO

Desde Italia me trajo Garcilaso,
aunque Boscán ya lo intentó certero,
el maestro Petrarca fue el primero
y Santillana me arrastró al fracaso.

De Góngora a Quevedo me traspaso,
desde Lope hasta Lorca y sigo entero,
siempre a través de mi dicen te quiero,
todavía soy rey en el parnaso.

Cuando siento nacer mis dos cuartetos,
la música se expande por mis venas
acabando con magia en los tercetos.

Pero al final siempre brotan las penas
después de superar todos los retos,
y me visten de abrazos y cadenas.



SIERRA NEVADA

Suave curva de tierra contenida,
por corona de nieve coronada,
de flor está tu falda destronada,
muros áridos desnudos de vida.

Libélulas de escarcha derretida
escapan a la vega de Granada,
sonríe orgullosa Sierra Nevada,
altiva entre sus dientes escondida.

Esta brisa que azota helada y fría,
lleva recuerdos de la historia inerte
sobre los montes de la serranía.

Cresta plateada y abrupta y fuerte,
dibuja en el cielo profunda estría,
cicatriz que perdura tras la muerte.




ROSA

Si tus labios besan, Rosa, mi boca
de palidez blanca como la rosa,
del suave ramo donde perezosa
aspiras dulce melodía barroca.

Rosa cincelada en tallo de roca,
transparente lágrima temblorosa,
suave perfil, rosa, bella azarosa
de enagua y encaje del color de oca.

Una docena, flor, tan delicada,
rosa amiga de castas ilusiones,
amante fiel de pequeños suspiros.

Por todas las mujeres deseada,
dulce rosa, tan llena de emociones
y de pétalos, frágiles papiros.

1 de septiembre

Escritor: Franz Kafka


Recurso literario: El binomio fantástico

"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos."

Libro: Cuentos completos


Lectura: En la galería

Propuesta nº 5: Escribir con los cinco sentidos

Cada uno de vosotros tiene una piedra, con un color y una forma. Lo que os propongo es que escribáis un relato en el que aparezca ese objeto, y que os refiráis a él con un rasgo sensorial diferente, subjetivo. En el caso de la piedra puede ser un sabor, un olor, incluso un sonido. Es decir, aquel rasgo sensorial que os sugiera ese objeto a cada uno de vosotros de forma personalísima. Recordad, por ejemplo, lo que hablamos de la magdalena de Proust, aquella con cuyo sabor recuerda Proust su infancia.
En cuanto al tema del relato o la función que le queráis dar a la piedra en el mismo, la elección es libre.
Ya tengo curiosidad por conocer vuestras sinestesias.

miércoles, 18 de agosto de 2010

LORCA

Y mi sangre sobre el campo
sea rosado y dulce lino
donde claven sus azadas
los cansados campesinos.

martes, 17 de agosto de 2010

Hot and bothered

La sonrisa tesaba pantiosamente su clariopto enyesto mientras creciaba su lamel, arañándola, contra la pared blanca menada en cal y tiempo. Sus qüis sinzuaban ecti arreonte, quería puliarse y res ninentrada, hacía tanto tiempo que sus carendos no tesaban con aquel viento pliliado de corrienza. Tanto… que no salía a ignirse en la marchita lluvia del verano, a felucir las gotas que tesaban su lamel, a ser sostiada y esñada.

Rodeó sus sazallos ramcos y levantó el grunte al oscuro gris, al apagado sol negro, estaba destroquendo, lámparas solares jihunsa el camino hacia el mar, ella afigenza su plerunia bajo el vestido blanco de gasa, fue aunsence cuando sunta otros quises plinis y aquella chisda. Augeó con la klaptencia de ser tusve, y aspilló entre un sendero de arena su apfundia, la algarabía se mezclaba con el bisidisente sasido de levinto, y el silencio breve era un preludio a los tadroncos que pronto colentarían su arriontera.

No quería volverse por miedo a enfriecer y ninetrar sus ramcos, tronelaba tanto la mensodad de unos soibal sólo entreabiertos en su imaginación; la lamel octena y grista, la sonrisa acabada y esos, los que fueran sus ojos, que la hacían sentir tan brarranta y tan joscada que ni siquiera la corrienza y el mar disfinzados podían hacer que humbrieran… sólo ella.

Llegó al mar embravecido, la excitación hilvanaba los pensamientos fugaces, quería sumergirse, quería humedecerse por fuera como ya lo estaba por dentro. La ropa se pegaba a su cuerpo, calor, su imagen titiló, juntas, y destaparon la madrugada para sentir algo de frío durante los meses de verano, en lo más profundo de diciembre.

Caminaron por la orilla despacio, con prisa, con el deambular de los vagabundos que no llegan a ningún refugio. Bordearon y perfilaron las calles encuadradas en el escenario ausente de una postal, de la ciudad en negro, de una vista fugaz, de un viaje sólo de ida. Querían volver, alcanzar las promesas ancladas a la boya más alejada de la orilla sin saber nadar. Arriesgarse a llegar a impulsos, a contracorriente. Entre los pliegues de las olas, confundirse con la espuma alcoholizada y salina de la resaca almidonada, tintada de azafrán. Y únicamente contemplaban el océano embravecido y callado. Fue entonces en ese trocito de tierra donde corrieron de nuevo, se dirigieron al muelle y saltaron, como rayuela, por entre las rocas, jugaron a la comba con el picaresco faro con miedo a que su luz las atrapara.

Se sumergieron en la espesura de sal, anestesiada, sin aire y con sol. Y anhelaron la paz de un día insomne clareado de futuro. Con una carcomida honestidad de encontrarse y reconocerse. Al abrigo de un escenario con el telón bajado, sin público. Volteadas y fundidas de nuevo en la marea baja para no llegar jamás, perdieron la línea del horizonte porque no midieron distancias.

La Música de las Palabras (Four o’clock drag)

Escrito por nuestra compañera Erena (agosto, 2010):

Draguea azul la noche vacía, como túnel sin fondo.
El tiempo se bifurca, flota y se arrastra. Las 4, las 5 o las 6.
Nada..., sólo eso, la música eterniza la nada.
Noche extraña y gime el trombón en la Cueva del Drag.
Las miradas fijas las encadena el humo. Nadie se mueve.
Me quiero ir y me quedo.
Sopla que sopla, la trompeta acalla al trombón.
Me enajena el ritmo hipnótico del jazz.
Ay, ahora sólo soy... jazz... jazz... jazz...

domingo, 15 de agosto de 2010

Jitanjáfora y Glíglico

Escrito por nuestra compañera Erena (agosto, 2010):

Ejercicio Adicional a Propuesta Nº 4. Texto conocido convertido en Jitanjáfora

Y en diciendo esto y encomendándose de todo coracinea a Dulzón, pidiéndole que en tal le tranriese le socorce, bien cubierto de su rodeza, con la lanla en el ristre, arremetió a todo galonante de Rocinpe y embestió con el prilino momer que estaba delante; y dándole una lanzapa en la asada, la volvió la vieria con tanto funto que hizo la lazos pedaza.

Ejercicio Adicional a Propuesta Nº 4. Texto conocido convertido en Glíglico

Y en dicien y encomián de todo corapión a su sian Dulcinea, pregó que en tal opoco
le hilferiose, bien cupó de su rudolo, con el perto en brosa, arremetió a todo polopó de Rocinante y ofergó con el alfán peñate de deván y dun pertogón en el ayón, la giró el viotó con tanto funto que hizo el perto pom.

Texto original: Don Quijote de la Mancha, Cap. VIII

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo galope de Rocinante y embistió con el primer molino que estaba delante, y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos.

MOVIOLA (con Body and soul de fondo)

El local se había quedado vacío. Poco a poco, la otrora bulliciosa sala, había ido silenciando sus conversaciones y sólo quedaban sobre las mesas unas botellas, testigos mudos de las horas de jazz y alcohol.


En la pista, una pareja bailaba ajena a la impaciencia de los camareros, que recogían con intencionado alboroto las bandejas. Sólo el saxofonista se sentía cómplice de ese baile solitario, abstraído él también en su instrumento.

Sin apenas moverse, los ojos cerrados, dejándose mecer por la melodía, un hombre y una mujer bailaban como si el mundo no existiera más allá de su abrazo.

Ella , ceñida por un vestido de seda que se deslizaba sensual sobre su silueta, apoyaba la cabeza sobre el pecho de su compañero. Su frágil figura contrastaba con la poderosa envergadura del bailarín, apenas disimulada por el esmoquin, que se inclinaba solícito sobre su rostro, enmarcado por un cabello rubio y ondulado que le caía en cascada sobre los hombros.

- Quiero que esta música dure eternamente – le dijo al oído-, quiero tenerte junto a mí siempre, solos tú y yo.

La mujer estrechó su abrazo y volvió el rostro hacia él para besarlo.


En la penumbra de la sala, Lucas, buscó a tientas el mando y apagó la televisión sintiendo las últimas notas vibrar en su cabeza. Permaneció largo rato inmóvil en el sofá, recreando   una y otra vez la imagen que había visto en la pantalla y deteniéndose con  minuciosidad en  los detalles de la escena, sin modificar ni un solo gesto.

Sólo los protagonistas habían cambiado : los rasgos de ella coincidían inequívocamente con los de Marta, la mujer de su hermano, y era su propio rostro el que se inclinaba con dulzura hacia su oído.

- Quiero tenerte junto a mí siempre -musitó en la oscuridad - solos tú y yo.





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viernes, 13 de agosto de 2010

EL CLUB DE JAZZ

Recorriendo las calles de New Orleans desconocida, con el mapa dibujado en mi mente por las ocasiones en las que oía a mi padre repetir sus días en la ciudad y la desmesurada afición por el jazz que procesaba. El barrio francés colmado de edificios bien conservados, aun por el paso del Katrina, se podían sentir las melodías de jazz y blues, en los numerosos clubs que amenizaban las veladas veraniegas de la urbe.
-Besie Smith club- podría describirlo sin abrir los ojos, a la derecha los reservados, a la izquierda el escenario con la banda tocando –baby doll- y en el centro la barra de roble con adornos en bronce seguramente sumergida en la vorágine propia de una noche veraniega, el portero me dio paso.
Allí estaba él, con su figura escultural, de piel azabache, vestido de blanco impoluto, de pie en el centro de la barra, cuando notó mi presencia giró su cabeza, y me penetró con su mirada. Yo, sentí un escalofrío, mi corazón dejó de latir, el oxígeno no llegaba a mis pulmones, todo se detuvo a mí alrededor, menos el tiempo que pasaba inexorablemente y la banda que tocaba baby doll. En un estado latente lancé un grito sordo, que él entendió y comenzó a acercase, a cada paso que daba iba recuperando el pulso, cuando se encontraba a un metro, el aire entró de golpe en mis pulmones. Cuando me tocó un rayo impactó sobre nuestras cabezas, nos fundimos en un abrazo infinito, sentí que éramos parte del firmamento, cuando volvimos la sala alcé mi brazo y con un chasquido de mis dedos la banda recomenzó la canción. No estaba soñando, realmente había encontrado a mi gran amor.
Baby doll sonaba una y otra vez en la sala y así sería mientras me quedaran fuerzas para alzar mi brazo, que era lo único que podía controlar ya que ni el tiempo, ni los sentimientos estaban a mi alcance. Todavía abrazados sin concesiones, me susurró al oído con voz temblorosa.
-Te espero desde hace tanto-.
-Pero ahora creo que hemos estado siempre juntos-.
-Te amo como jamás creí que llegaría a amar y no se si esto es un delirio, pero si estoy en lo cierto. Por favor, que sea de amor-.
Salimos de la sala, cogidos de la mano como dos niños que no se quieren perder, nuestra felicidad desprendía un halo que iluminaba las calles dirección al hotel. En la penumbra de la estancia, frente a frente descubrimos nuestros cuerpos desnudos, cuando llegó a lo más profundo de cotolirie sentí un inmenso solorigio en mi zona erotonia que me transportó nuevamente fuera de la loctoninia, para luego regresar y sentir un inmenso plañaca e hicimos el amor con la pasión y la entrega de quien lo hace por primera vez, hasta caer extenuados.
Al alba, buscando el otro lado de la cama vacía, encontré el torso desnudo de aquel hombre maravilloso con la seguridad de estar juntos toda nuestra vida.
ODRAUDE.

jueves, 12 de agosto de 2010

Jitanjáfora

Escrito por nuestro compañero Fran (agosto, 2010):

A la tundra, tundra,
a la tera, terisón,
toma la tronca trumba,
toma la tron, tritón.

A la luna, lunisera,
lona, lina, lonalón,
lana, lerasina, linera,
lara, laralira, laralón.

I ain't got nobody - Earl Hines

Escrito por nuestra compañera Chu (agosto, 2010):

Escribo sin pensar, mientras escucho la música una y otra vez, y una vez más, y otra… Se supone que debe ocurrírseme algo. Algo. ¿El qué? Algo que suene mientras se escriba; cuando se lea. Ni aunque me vuelvan del revés. ¿Volver del revés? “Sever led revlov” No suena mal del todo, pero no me parece una aliteración, más bien una estupidez. En fin, que no se diga que no lo he intentado. ¿Y si creo primero la atmósfera? Gguitos, cagcajadas, ciggaguillos, gginegba… ent’ta la ggubia de labioss de ggubí: _ “Tócala ogta vez, Earl”.

1, 2, 3… ya vamos por la octava, nena, “ tutututum tum tum…”.

Esta parte me encanta. Mejor voy a bailarla, ya escribiré algo otro día…

martes, 10 de agosto de 2010

La autopista del Sur (jitanjáfora)

A lleces vegaban un aljero extranguien que se trelizaba desen los autos, viviende dodes odo trola de la pisde o tades la fiexte lasriores.
                                                                                                                          Viviana Monjo.

Tabaco y maní

Tabaco y maní:



Mis pies forman figuras, sobre el oscuro suelo, pegado al oscuro fondo, entre el espeso aire del humo de cigarrillos, resalta la trompeta lo que el alcohol acalla.


Él me toma la mano, al tiempo, que lo miro, su cuerpo se pega al mío, guitarra y bajo, danzamos, son dos pies, cuatro, cien…cado uno un acorde, sed y vino.


Crepitamos, como en el fuego el leño, al son de percusiones, con ojos encendidos en clave de sol, oliéndonos como animales en celo, van cayendo las ropas en la ilusión que el saxo dibuja y la armónica besa y jura.


No sé su nombre, ni el mi mote, no sé de donde viene, ni él sabe donde voy, con sus dientes blancos, ríe el piano al misterio; solo este instante nos une, tabaco y maní, brisa de amor y pasión.


En un solo beso de aliento e Historia, Mississippi, Luisiana, Georgia y Alabama, lloran las negras, ríen las blancas, juegan las corcheas, cerraron el tema.


Detrás de un raído cortinado lo vi salir.


Otro, ese otro, que no preguntaré su nombre toma mi mano, su cuerpo pega al mío.


Mis ojos con pupilas dilatadas, la boca entreabierta, claro lenguaje de hembra en celo; pronuncio:


Do´t play you me cheap,


because I look so mek.


Canta Louis, estoy oliendo esclavitud.

                                                                                Viviana Monjo

lunes, 9 de agosto de 2010

JAZZ ME BLUES (1 y 2)

JAZZ ME BLUES (1)

See that girl
that walks around
as in a dream,
up and down
that bloody street
with gushes of air
from underneath.

Cornet’s calling out her name,
Bass with trembling strings repeats
and so does every now and then
the Clarinet.

Still nobody’s looking
at flying skirts.
Step on, Marilyn,
walk over it again.



JAZZ ME BLUES (y 2)*


La chica rubia

Sus tacones clacotican en los escalones de un portal. Suave flupiluba su falda por los barrotes. ¡Cómo ritmotan sus pasos en la acera! Levanta la cabeza y se tocalisa la melena.

del vestido blanco

Se paradiburre en una esquina de la Quinta Avenida. Los motores escopetean disparhumo; taxis y lujosas limosinas ruedagiran de prisa. A su vera hay gente tan impaciente que vibra.

cruza la calle

Los coches frenisecan ante ella. El cornetín canta su nombre, el clarinete lo repite-repite, y el bajo con sus cuerdas temblonas lo retoma-toma-toma. Ella se sonríe, sonríe distraída.

y un golpe de aire

La boca del metro exlanza cien contables grises respetables y mil oficinistas que escurren como agua vertida.

levanta su falda.

Ella, ¡y es ella!, amansa coqueta la falda rebelde, y labirroja saluda, esta vez complacida.

El resto es historia (del cine).
* Repetir desde el principio la frase resaltada cada vez que empiece un nuevo párrafo.

viernes, 6 de agosto de 2010

18 de agosto

Escritor: Federico García Lorca


Recurso literario: La sinestesia

"Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
"

Libro: Sonetos del amor oscuro


Lectura: Amor de mis entrañas

Propuesta nº 4: La música de las palabras

Escribe al mismo tiempo que escuchas la música que has elegido, déjate invadir por su ritmo, su tono, su cadencia y trata de trasladarlo a las palabras que escribes. Y si ello hace que escribas palabras que no existen, no te preocupes, da prioridad a la sonoridad de las palabras antes que a su significado, no te de reparo, recuerda el capítulo 68 de Rayuela.

Jazz me blues - Bix Beiderbecke and his gang

"Bix dio el salto en pleno corazón, el claro dibujo se inscribió en el silencio con un lujo de zarpazo. Dos muertos se batían fraternalmente, ovillándose y desatendiéndose, Bix y Eddie Lang (que se llamaba Salvatore Massaro) jugaban con la pelota I’m coming, Virginia, y dónde estaría enterrado Bix, pensó Oliveira, y dónde Eddie Lang, a cuántas millas una de otra sus dos nadas que en una noche futura de París se batían guitarra contra corneta, gin contra mala suerte, el jazz.
—Se está bien aquí. Hace calor, está oscuro.
—Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me Blues, viejo." (Capítulo 10 de Rayuela).


Four o'clock drag - Kansas City Six

"Four O’Clock Drag. Sí, grandísimos lagartos, trombones a la orilla del río, blues arrastrándose, probablemente drag quería decir lagarto de tiempo, arrastre interminable de las cuatro de la mañana. O completamente otra cosa. «Ah, Lautréamont», decía la Maga recordando de golpe. «Sí, yo creo que lo conocen muchísimo.»
—Era uruguayo, aunque no lo parezca.
—No parece —dijo la Maga, rehabilitándose.
—En realidad, Lautréamont... Pero Ronald se está enojando, ha puesto a uno de sus ídolos. Habría que callarse, una lástima. Hablemos muy bajo y usted me cuenta Montevideo." (Capítulo 11 de Rayuela).


Save it pretty mamma - Lionel Hampton & his orchestra

"El vibráfono tanteaba el aire, iniciando escaleras equívocas, dejando un peldaño en blanco saltaba cinco de una vez y reaparecía en lo más alto, Lionel Hampton balanceaba Save it pretty mamma, se soltaba y caía rodando entre vidrios, giraba en la punta de un pie, constelaciones instantáneas, cinco estrellas, tres estrellas, diez estrellas, las iba apagando con la punta del escarpín, se hamacaba con una sombrilla japonesa girando vertiginosamente en la mano, y toda la orquesta entró en la caída final, una trompeta bronca, la tierra, vuelta abajo, volatinero al suelo, finibus, se acabó." (Capítulo 11 de Rayuela).


Body and soul - Coleman Hawkins

"el arrullo de Coleman Hawkins, ¿no eran ilusiones, y no eran algo todavía peor, la ilusión de otras ilusiones, una cadena vertiginosa hacia atrás, hacia un mono mirándose en el agua el primer día del mundo? Pero Babs lloraba, Babs había dicho: «Oh sí, oh sí que es verdad», y Oliveira, un poco borracho él también, sentía ahora que la verdad estaba en eso, en que Bessie y Hawkins fueran ilusiones, porque solamente las ilusiones eran capaces de mover a sus fieles, las ilusiones y no las verdades. Y había más que eso, había la intercesión, el acceso por las ilusiones a un plano, a una zona inimaginable que hubiera sido inútil pensar porque todo pensamiento lo destruía apenas procuraba cercarlo." (Capítulo 12 de Rayuela).


Baby doll - Bessie Smith

"Ronald buscó en la pila de viejos discos. La púa crepitaba horriblemente, algo empezó a moverse en lo hondo como capas y capas de algodones entre la voz y los oídos, Bessie cantando con la cara vendada, metida en un canasto de ropa sucia, y la voz salía cada vez más ahogada, pegándose a los trapos salía y clamaba sin cólera ni limosna, I wanna be somebody’s baby doll, se replegaba a la espera, una voz de esquina y de casa atestada de abuelas, to be somebody’s baby doll, más caliente y anhelante, jadeando ya I wanna be somebody’s baby doll.
Quemándose la boca con un largo trago de vodka, Oliveira pasó el brazo por los hombros de Babs y se apoyó en su cuerpo confortable. «Los intercesores», pensó, hundiéndose blandamente en el humo del tabaco." (Capítulo 12 de Rayuela).


Empty bed blues - Bessie Smith

"Empty Bed Blues, una noche de los años veinte en algún rincón de los Estados Unidos. Ronald había cerrado los ojos, las manos apoyadas en las rodillas marcaban apenas el ritmo. También Wong y Etienne habían cerrado los ojos, la pieza estaba casi a oscuras y se oía chirriar la púa en el viejo disco, a Oliveira le costaba creer que todo eso estuviera sucediendo. ¿Por qué allí, por qué el Club, esas ceremonias estúpidas, por qué era así ese blues cuando lo cantaba Bessie? «Los intercesores», pensó otra vez, hamacándose con Babs que estaba completamente borracha y lloraba en silencio escuchando a Bessie, estremeciéndose a compás o a contratiempo, sollozando para adentro para no alejarse por nada de los blues de la cama vacía, la mañana siguiente, los zapatos en los charcos, el alquiler sin pagar, el miedo a la vejez, imagen cenicienta del amanecer en el espejo a los pies de la cama, los blues, el cafard infinito de la vida." (Capítulo 12 de Rayuela).


Don't you play me cheap - Louis Amstrong and his orchestra

"Ronald que se echaba hacia adelante y acariciaba a Babs que se retorcía riendo y se sentaba en sus rodillas, apenas un momento porque Ronald quería estar tranquilo para escuchar Don’t play me cheap.
Satchmo cantaba
Don’t you play me cheap
Because I look so meek
y Babs se retorcía en las rodillas de Ronald, excitada por la manera de cantar de Satchmo, el tema era lo bastante vulgar para permitirse libertades que Ronald no le hubiera consentido cuando Satchmo cantaba Yellow Dog Blues, y porque en el aliento que Ronald le estaba echando en la nuca había una mezcla de vodka y sauerkraut que titilaba espantosamente a Babs. Desde su altísimo punto de mira, en una especie de admirable pirámide de humo y música y vodka y sauerkraut y manos de Ronald permitiéndose excursiones y contramarchas, Babs condescendía a mirar hacia abajo por entre los párpados entornados y veía a Oliveira en el suelo, la espalda apoyada en la pared contra la piel esquimal, fumando y ya perdidamente borracho, con una cara sudamericana resentida y amarga donde la boca sonreía a veces entre pitada y pitada, los labios de Oliveira que Babs había deseado alguna vez (no ahora) se curvaban apenas mientras el resto de la cara estaba como lavado y ausente." (Capítulo 13 de Rayuela).


See see rider - Big Bill Broonzy

"Por encima o por debajo Big Bill Broonzy empezó a salmodiar See, see, rider, como siempre todo convergía desde dimensiones inconciliables, un grotesco collage que había que ajustar con vodka y categorías kantianas, esos tranquilizantes contra cualquier coagulación demasiado brusca de la realidad. O, como casi siempre, cerrar los ojos y volverse atrás, al mundo algodonoso de cualquier otra noche escogida atentamente de entre la baraja abierta’. See, see, rider, cantaba Big Bill, otro muerto, see what you have done." (Capítulo 14 de Rayuela).


Blue interlude - The chocolate dandies

"suspiró aliviado al reconocer el tema de Blue Interlude, un disco que había tenido alguna vez en Buenos Aires. Ya ni se acordaba del personal de la orquesta pero sí que ahí estaban Benny Carter y quizá Chu Berry, y oyendo el difícilmente sencillo solo de Teddy Wilson decidió que era mejor quedarse hasta el final de la discada. Wong había dicho que estaba lloviendo, todo el día había estado lloviendo. Ese debía ser Chu Berry, a menos que fuera Hawkins en persona, pero no, no era Hawkins. «Increíble cómo nos estamos empobreciendo todos», pensó Oliveira mirando a la Maga que miraba a Gregorovius que miraba el aire. «Acabaremos por ir a la Bibliothéque Mazarine a hacer fichas sobre las mandrágoras, los collares de los bantúes o la historia comparada de las tijeras para uñas.» Imaginar un repertorio de insignificancias, el enorme trabajo de investigarlas y conocerlas a fondo." (Capítulo 15 de Rayuela).


Hot and bothered - Duke Hellington and his orchestra

"ya sería tiempo de escuchar algo así como Hot and Bothered.
—Título apropiado a las circunstancias rememoradas —dijo Oliveira llenando su vaso—. El negro fue un valiente, che.
—No se presta a bromas —digo Gregorovius.
—Usted se lo buscó, amigazo.
—Y usted está borracho, Horacio.
—Por supuesto. Es el gran momento, la hora lúcida. Vos, nena, deberías emplearte en alguna clínica gerontológica. Miralo a Ossip, tus amenos recuerdos le han sacado por lo menos veinte años de encima.
—El se lo buscó dijo resentida la Maga—. Ahora que no salga diciendo que no le gusta. Dame vodka, Horacio. Pero Oliveira no parecía dispuesto a inmiscuirse más entre la Maga y Gregorovius, que murmuraba explicaciones poco escuchadas. Mucho más se oyó la voz de Wong, ofreciéndose a hacer el café. Muy fuerte y caliente, un secreto aprendido en el casino de Menton. El Club aprobó por unanimidad, aplausos. Ronald besó cariñosamente la etiqueta de un disco, lo hizo girar, le acercó la púa ceremoniosamente. Por un instante la máquina Ellington los arrasó con la fabulosa payada de la trompeta y Baby Cox, la entrada sutil y como si nada de Johnny Hodges, el crescendo (pero ya el ritmo empezaba a endurecerse después de treinta años, un tigre viejo aunque todavía elástico) entre riffs tensos y libres a la vez, pequeño difícil milagro: Swing, ergo soy." (Capítulo 16 de Rayuela).


It don't mean a thing - Duke Hellington and his orchestra

"It don’t mean a thing if it ain’t that swing, pero por qué la mano de Gregorovius había dejado de acariciar el pelo de la Maga, ahí estaba el pobre Ossip más lamido que una foca, tristísimo con el desfloramiento archipretérito, daba lástima sentirlo rígido en esa atmósfera donde la música aflojaba las resistencias y tejía como una respiración común, la paz de un solo enorme corazón latiendo para todos, asumiéndolos a todos." (Capítulo 16 de Rayuela).


I ain't got nobody - Earl Hines

"Y de golpe, con una desapasionada perfección, Earl Hines proponía la primera variación de I ain’t got nobody, y hasta Perico, perdido en una lectura remota, alzaba la cabeza y se quedaba escuchando, la Maga había aquietado la cabeza contra el muslo de Gregorovius y miraba el parquet, el pedazo de alfombra turca, una hebra roja que se perdía en el zócalo, un vaso vacío al lado de la pata de una mesa. Quería fumar pero no iba a. pedirle un cigarrillo a Gregorovius, sin saber por qué no se lo iba a pedir y tampoco a Horacio, pero sabía por qué no iba a pedírselo a Horacio, no quería mirarlo en los ojos y que él se riera otra vez vengándose de que ella estuviera pegada a Gregorovius y en toda la noche no se le hubiera acercado. Desvalida, se le ocurrían pensamientos sublimes, citas de poemas que se apropiaba para sentirse en el corazón mismo de la alcachofa, por un lado I ain’t got nobody, and nobody cares for me, que no era cierto ya que por lo menos dos de los presentes estaban malhumorados por causa de ella" (Capítulo 16 de Rayuela).


Mamie's blues - Jelly Roll Morton

"Jelly Roll estaba en el piano marcando suavemente el compás con el zapato a falta de mejor percusión, Jelly Roll podía cantar Mamie’s Blues hamacándose un poco, los ojos fijos en una moldura del cielo raso, o era una mosca que iba y venía o una mancha que iba y venía en los ojos de Jelly Roll. Two-nineteen done took my baby away... La vida había sido eso, trenes que se iban llevándose y trayéndose a la gente mientras uno se quedaba en la esquina con los pies mojados, oyendo un piano mecánico y carcajadas manoseando las vitrinas amarillentas de la sala donde no siempre se tenía dinero para entrar. Two-nineteen done took my baby away... Babs había tomado tantos trenes en la vida, le gustaba viajar en tren si al final había algún amigo esperándola, si Ronald le pasaba la mano por la cadera, dulcemente como ahora, dibujándole la música en la piel, Two-seventeen’ll bring her back some day, por supuesto algún día otro tren la traería de vuelta, pero quién sabe si Jelly Roll iba a estar en ese andén, en ese piano, en esa hora en que había cantado los blues de Mamie Desdume, la lluvia sobre una claraboya de París a la una de la madrugada, los pies mojados y la puta que murmura If you can’t give a dollar, gimme a lousy dime, Babs había dicho cosas así en Cincinnati, todas las mujeres habían dicho cosas así alguna vez en alguna parte, hasta en las camas de los reyes, Babs se hacía una idea muy especial de las camas de los reyes pero de todos modos alguna mujer habría dicho una cosa así, If you can’t give a million, gimme a lousy grand, cuestión de proporciones, y por qué el piano de Jelly Roll era tan triste, tan esa lluvia que había despertado a Guy, que estaba haciendo llorar a la Maga, y Wong que no venía con el café." (Capítulo 17 de Rayuela).


Stack O'Lee blues - Warning's Pennsylvanians

"Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los Waring’s Pennsylvanians y desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos" (Capítulo 17 de Rayuela).


Jelly Beans Blues - Ma Rainey

"Horacio resbaló un poco más y vio muy claramente todo lo que quería ver. No sabía si la empresa había que acometerla desde arriba o desde abajo, con la concentración de todas sus fuerzas o más bien como ahora, desparramado y líquido, abierto a la claraboya, a las velas verdes, a la cara de corderito triste de la Maga, a Ma Rainey que cantaba Jelly Beans Blues. Más bien así, más bien desparramado y receptivo, esponjoso como todo era esponjoso apenas se lo miraba mucho y con los verdaderos ojos. No estaba tan borracho como para no sentir que había hecho pedazos su casa, que dentro de él nada estaba en su sitio pero que al mismo tiempo -era cierto, era maravillosamente cierto-, en el suelo o el techo, debajo de la cama o flotando en una palangana había estrellas y pedazos de eternidad, poemas como soles y enormes caras de mujeres y de gatos donde ardía la furia de sus especies, en la mezcla de basura y placas de jade de su lengua donde las palabras se trenzaban noche y día en furiosas batallas de hormigas contra escolopendras, la blasfemia coexistía con la pura mención de las esencias, la clara imagen con el peor lunfardo." (Capítulo 18 de Rayuela).


Oscar's blues - Oscar Peterson

"Y la Maga estaba llorando, Guy había desaparecido, Etienne se iba detrás de Perico, y Gregorovius, Wong y Ronald miraban un disco que giraba lentamente, treinta y tres revoluciones y media por minuto, ni una más ni una menos, y en esas revoluciones Oscar’s Blues, claro que por el mismo Oscar al piano, un tal Oscar Peterson, un tal pianista con algo de tigre y felpa, un tal pianista triste y gordo, un tipo al piano y la lluvia sobre la claraboya, en fin, literatura." (Capítulo 18 de Rayuela).


miércoles, 4 de agosto de 2010

Entre el río Congo y el sur del Nilo

Escrito por nuestro compañero Mateo Feytit (agosto, 2010):

El viento apenas lograba colarse por aquella espesa vegetación. Solo su rumor en las copas de los descomunales árboles revelaban su presencia. Abajo, entre las penumbras de la selva, Eric y su padre aguardaban la llegada de los pigmeos, una tribu que habita las selvas del centro de Africa. Hacía un calor infornal, como si un millón de hogueras rodearan aquel lugar inhóspito.
Sentados sobre un saco de sal, hacían tiempo en silencio acostumbrados a las largas esperas durante las cacerías. Eric observaba las ramas más altas balancearse mientras mi abuelo filtraba gota a gota el agua de un riachuelo. En cuanto las gotas dejaban de golpear el fondo de la cantimplora, uno de ellos apenas lograba mojarse los labios.
El riachuelo corría sordo, como la sangre a través de una herida. Reinaba un silencio absoluto, casi preocupante. Mi padre fue el primero que sintió sus presencias. Siempre venían dos, cogían lo que iban a trocar, y desaparecían como sombras sin cruzar palabra. El mundo exterior parecía horrorizarles. Eran pequeños, cabezudos, mantenían una leve sonrisa bajo unos ojillos nerviosos y tenían casi siempre el cuerpo plagado de picaduras.

El más viejo señaló el saco de sal con una rama. Acto seguido el otro desapareció para volver con un cesto repleto de raices, plantas y carne seca. Mi abuelo les dijo algo en su lengua, lo cual pareció tranquilizarles. Luego se colocó entre los dos hombrecillos y levantó los brazos en cruz. A pesar de la escasa estatura de mi abuelo, los pigmeos quedaron muy por debajo de los brazos. Entonces le hizo una señal a mi padre para que inmortalizara el momento. Así era él, impredecible.
Los pigmeos sacaron unos granos de sal y se los metieron en la boca casi con ansia, y desaparecieron como dos estelas de humo. A Eric y su padre le quedaban tres días de marcha hasta su campamento.

"A mis dos aventureros favoritos, que aunque se fueron, dejaron sus corazones en las selvas africanas, y sus genes que me empujan con fuerza a lo desconocido"

lunes, 2 de agosto de 2010

La vieja de la fuente

Frente a la chimenea vacía de hollín y ascuas se balanceaba Don Juan Torres, en el Cortijo de Belén, mientras pensaba ensimismado cuál podría ser la enfermedad que estaba mermando el número de gallinas que había en el corral. Se levantó con presteza cuando recordó que antes de acostarse tenía que ir a por agua.

Miró el ennegrecido exterior, era la una de la mañana, esa noche no había luna. Cargando con un pipo y un candil bajó hacia la fuente más cercana a la casa. Para llegar a aquel lugar tenía que atravesar un amplio llano y bajar una pequeña cuesta que desembocaba en la entrada de un bosque de avellanos, lugar donde afloraba el caño. Don Juan andaba con pasos pequeños y rápidos, sus zapatillas de lona apenas rozaban la tierra o la hierba seca.

Cuando llegó junto a la fuente empezó a llenar el pipo mientras tarareaba la coplilla que cantaba su mujer todas las mañanas al lavar la ropa en la pila. No había trascurrido mucho tiempo cuando un sonido diferente se impuso a la melodía nocturna del campo, unos pasos arrastrando hojas y palos secos descendían desde el otro camino que desembocaba en aquel punto, un recodo oscuro en aquella boca de lobo.

El hombre creyó que se trababa de un animal, un perro salvaje o un jabalí, y buscó a tientas algo con lo que protegerse mientras intentaba con chasquidos y amenazas alejar a aquello que se estuviera acercando. Enmarcada en la sombra de la noche empezó a vislumbrarse la silueta de una anciana totalmente vestida de oscuro que, sin hacer caso al hombre que la miraba amenazante con un palo y un pipo rebosando de agua, pasó junto a él y subió la cuesta por la que éste había llegado. Reaccionando al pánico que la extraña aparición le había provocado, Don Juan echó a correr tras ella y cuando llegó al principio de la explanada donde esperaba verla, comprobó perplejo que allí ya no había nadie.

PD: toda leyenda parte de un hecho real. Así, mi abuela me contó que lo que verdaderamente pasó es que cuando aquel hombre siguió a la anciana pudo comprobar la razón por la cual ella no respondía a sus llamadas, ya que a su espalda llevaba una papel donde estaba escrita la palabra "sordomuda".

EL GRITO

Se acercó como el lento oleaje de mar de fondo, peinando a su paso las espigas casi maduras del campo de trigo y marcando surcos en la yerba del prado donde las vacas habían dejado de pastar y oteaban inquietas. A medida que se aproximó a la colina sobre la que estaba el pintor, se tornó en un susurro cada vez más definido, más humano. Ahora ya era una queja, un incesante lamento que subía de volumen, tan intenso que podían diferenciarse palabras de desconsuelo. Y convertido en el ronco estallido de una voz enloquecida, pasó por el lado del pintor quien se dio media vuelta como si hubiese sentido la presencia de una persona o de un animal huidizo, pero solo pudo ver cómo se doblaron fugazmente los arbustos que tenía a sus espaldas. Instantes después crujió la maleza que crecía delante de los primeros árboles del bosque, y justo donde abetos y pinos cerraban sus filas desordenadas, hubo una sacudida, un rebote violento entre las ramas que se agitaron ante el grito rechazándolo. En su retirada, rodeó de nuevo al pintor, bajó por la pradera rompiendo la tranquilidad de los animales y se alejó planeando encima de las eras en un suspiro que mermaba y se debilitaba para acabar en el zumbido persistente que desde la tragedia se escuchaba día y noche en el valle.

Heriberto dormitaba arropado por el calor de la tarde veraniega; su delgado cuerpecillo apenas ocupaba el último peldaño de la escalera al desván, su refugio ante las bromas pesadas de los tres primos mayores, los encargos del abuelo y los vasos de leche que la abuela estaba empeñada en hacerle beber. El chico apoyaba la frente contra un ventanuco ovalado cuyos cristales –ciegos de inclusiones y goterones– enturbiaban y deformaban todo lo que se divisaba: el bosque donde los primos –según ellos– cazaban osos y lobos aunque aparecieran siempre con las cestas llenas de setas, el pasto verde de las vacas blanquinegras, y el sendero que se separaba de la carretera para entrar al corral. Desvelado ya, el niño escuchó ruidos bruscos, gritos estridentes: hoy seguramente había cacería. Sonó el ladrido grave de un perro de gran tamaño como el del carnicero, se oyeron las voces de los muchachos, pero por más que el chico arrimara la cara al polvoriento cristal, no veía sino el manchón oscuro del bosque de abetos, la pradera verde y el camino que llevaba a la granja. De nuevo ladró un perro, alguien gritó, el animal aulló y el chaval creyó escuchar el vozarrón del abuelo. Más golpes, gruñidos, chillidos… luego un silencio espeso y sólido que pesaba mucho más que la algarabía anterior. Heriberto bajó al zaguán y abrió la puerta.

Sacando el morro del pecho de su última víctima, el perro rabioso se percató de un movimiento en la puerta de la casa, donde se asomaba el niño, un pálido chaval de ocho años. Gruñendo y aullando, cubierto de sangre y espuma, y sacados los temibles colmillos, el pastor alemán se le acercó con movimientos erráticos, torpes. El chico –que llevaba unos minutos observando la escena sin comprender lo que estaba pasando– iba a cerrar la puerta y a esconderse en lo más hondo de la casa, cuando vio a la abuela con un hacha salir del cobertizo de leña detrás del perro. El animal se paró en seco y empezó a darse la vuelta. Instintivamente el niño dio un paso adelante que fue suficiente para que el perro se lanzara hacia él. Justo en medio del salto, la abuela lo alcanzó, le partió la cabeza de un solo golpe y gritando enloquecida machacó a hachazos los restos de la bestia que había matado a su dueño, al abuelo que vino en su ayuda y a los tres nietos mayores de la pareja que sin armas se le habían enfrentado. En el corral solo quedaban con vida el nietecillo de la ciudad y ella misma que sin dejar de gritar se arrastró de un cuerpo inmóvil a otro, impotente y desesperada porque solo pudo tocar muerte con sus manos y solo sentir sangre bajo sus pies.

Dos veces, y hasta tres aguantó el pintor la embestida del grito mientras trabajaba en trance sobre el papel, eligiendo tonos y fijando trazos. Las líneas retorcidas y violentas de su dibujo, las formas, los colores, nada mantenía relación alguna con la realidad, todo era extremo y excesivo y rompía con las reglas de estética y armonía. Poco a poco surgió un apunte en el que el artista insistió hasta que no pudo más. Le temblaban las manos y la cabeza le estallaba cuando recogió sus bártulos y se volvió casi corriendo sobre sus pasos alejándose con alivio visceral del valle del grito, de esa queja sin medida ni límite. Cuando llegó a la carretera donde le esperaban el chófer y los amigos con el coche arreglado, les obligó a salir de inmediato. No consintió ninguna parada en el camino hasta la próxima ciudad, y ni sereno ni borracho habló de lo ocurrido hasta que años después pintara en Paris su cuadro más famoso.

Leyenda de una bruja

Escrito por nuestra compañera Erena Butendieck (julio, 2010):

"La lluvia se desplomaba horizontal, azotando las ventanas. El viento, con unas ráfagas al derecho y otras al revés, clavaba y desclavaba la techumbre.
Un milésimo relámpago rasgó los cristales con su luz. Sin hacerse esperar, un trueno estremeció la casa como si un gigante la hubiera remecido. En ese mismo instante todo se quedó a oscuras. Los amigos se miraron sin verse, esperando quizás, cada uno la reacción del otro. Micael, el dueño de casa, se levantó y a tientas fue a encender unas velas.
Amanda cogió un mechón de sus cabellos y se los llevó a la boca para mordisquearlos como si fueran spaghetti. Cuando los nervios la dominaban, sentía la necesidad de hablar como una cotorra para calmarse. Por eso dijo:
-¿Qué os parece si mientras esperamos que amaine la tempestad os cuento una historia que me ha venido a la memoria? Es la noche idónea para esta leyenda que me contaron como un hecho real. Tendría yo unos siete años cuando me la contó mi nana. Pero dejemos que sea la voz de ella la que hable:
-No se ría señorita, porque todo lo que le estoy contando es verdad. Las brujas existen y se pueden desenmascarar, esto lo comprobó mi abuela. Por curiosidad puso en práctica el secreto que le trasmitió mi tatarabuela a su hija, es decir a mi bisabuela, y ésta a su vez, a mi abuela y así hasta llegar a mí. Pero fue sólo la insensata de mi abuela quien usó el secreto. Si ella no lo hubiera hecho, no habría pasado lo que pasó, pero lo hizo y hecho está.
Mi abuela Elisenda no hacía más que pensar en ese secreto. ¿Sería verdad lo que le había revelado su madre? Ella no conocía a ninguna bruja, pero un día llegó a casa de su patrona una mujer que parecía venir de otro mundo. Caminaba como una sombra y en su cara pálida apenas cabían sus ojos saltones. Se quedaron solas en la salita de costura, la visita y la patrona. ¿Por qué no usaron el salón y por qué se encerraron a secretear en esa salita?
Poco tiempo después la visita se repetiría. Mi abuela lo intuyó porque la patrona le ordenó limpiar la salita: Vendrá alguien y quiero que esté limpia y despejada, le dijo sin aclarar nada más.
Mi abuela era joven por esa época y la curiosidad la perdía. Estaba convencida de que esa mujer extraña era bruja. Fue entonces, por esa curiosidad malsana, que decidió usar el secreto para desenmascararla, no fuera que le hiciera daño a su patrona.
El día tan ansiado, mi abuela cogió la tijera más grande de la casa, la abrió en cruz y la escondió debajo del cojín de uno de los dos silloncitos. ¡Este era el secreto! Con la tijera en cruz, si quien se sentaba encima era bruja se quedaba pegada sin poder levantarse. ¡Lo que no le habían enseñado a mi abuela Elisenda era cómo despegarla después!
Cuando sonó el timbre, mi abuela sintió un mordisco en el estómago. Abrió la puerta intentando controlarse y guió a la visita hasta la salita. Simulando gentileza corrió el sillón para que se sentara, pero ¡ay!, la patrona se apresuró y se sentó en él. Elisenda, es decir mi abuela, tartamudeó sin saber qué hacer y se quedó clavada en el suelo. Sólo pudo mirar cómo su patrona se sentaba en el sillón preparado para la bruja. Ella la sacó de su inmovilidad, ordenándole traer el té y los bizcochos.
En la galería que daba acceso a la salita, mi abuela caminaba como poseída, acercando a menudo la cabeza a la puerta. No le llegaba ni siquiera un rumor. Sólo deseaba que cambiaran de asiento. Al cabo de una eternidad oyó que la patrona la llamaba, aunque apenas reconoció su voz.
Nada más entrar en la salita vio a la visita sumida en lo que parecía un rito de exorcista, musitando palabras ininteligibles para ella.
-Ayúdame a levantarme que no puedo. Algo me pasa -le dijo la patrona.
Elisenda se acercó para ayudarla, pero rápidamente se dio cuenta de lo que pasaba y retrocedió. Ahí se quedó petrificada mirándola. Mi abuela contaba que con sólo recordarlo se volvía a quedar de piedra como un moai.
La patrona jadeaba y en vano intentó seiscientas sesenta y seis veces levantarse, pero continuó unida al sillón. Su cara había cogido un tono azuloso y chorreones de sudor bajaban de su frente hasta el suelo. De pronto, ¿sería por efecto del exorcismo? el sillón se desintegró. La patrona cayó al suelo en medio de un remolino de trozos de madera y plumas que volaban y se le pegaban en el sudor. La tijera abierta se le clavó en el costado. En este momento, contaba mi abuela, se desmayó. Al volver en si creyó despertar de una pesadilla, pero no. A su lado yacía todavía la patrona y el médico del pueblo le estaba cerrando los ojos. Alcanzó a murmurar ¡Dios mío! y se volvió a desmayar."