martes, 17 de agosto de 2010

Hot and bothered

La sonrisa tesaba pantiosamente su clariopto enyesto mientras creciaba su lamel, arañándola, contra la pared blanca menada en cal y tiempo. Sus qüis sinzuaban ecti arreonte, quería puliarse y res ninentrada, hacía tanto tiempo que sus carendos no tesaban con aquel viento pliliado de corrienza. Tanto… que no salía a ignirse en la marchita lluvia del verano, a felucir las gotas que tesaban su lamel, a ser sostiada y esñada.

Rodeó sus sazallos ramcos y levantó el grunte al oscuro gris, al apagado sol negro, estaba destroquendo, lámparas solares jihunsa el camino hacia el mar, ella afigenza su plerunia bajo el vestido blanco de gasa, fue aunsence cuando sunta otros quises plinis y aquella chisda. Augeó con la klaptencia de ser tusve, y aspilló entre un sendero de arena su apfundia, la algarabía se mezclaba con el bisidisente sasido de levinto, y el silencio breve era un preludio a los tadroncos que pronto colentarían su arriontera.

No quería volverse por miedo a enfriecer y ninetrar sus ramcos, tronelaba tanto la mensodad de unos soibal sólo entreabiertos en su imaginación; la lamel octena y grista, la sonrisa acabada y esos, los que fueran sus ojos, que la hacían sentir tan brarranta y tan joscada que ni siquiera la corrienza y el mar disfinzados podían hacer que humbrieran… sólo ella.

Llegó al mar embravecido, la excitación hilvanaba los pensamientos fugaces, quería sumergirse, quería humedecerse por fuera como ya lo estaba por dentro. La ropa se pegaba a su cuerpo, calor, su imagen titiló, juntas, y destaparon la madrugada para sentir algo de frío durante los meses de verano, en lo más profundo de diciembre.

Caminaron por la orilla despacio, con prisa, con el deambular de los vagabundos que no llegan a ningún refugio. Bordearon y perfilaron las calles encuadradas en el escenario ausente de una postal, de la ciudad en negro, de una vista fugaz, de un viaje sólo de ida. Querían volver, alcanzar las promesas ancladas a la boya más alejada de la orilla sin saber nadar. Arriesgarse a llegar a impulsos, a contracorriente. Entre los pliegues de las olas, confundirse con la espuma alcoholizada y salina de la resaca almidonada, tintada de azafrán. Y únicamente contemplaban el océano embravecido y callado. Fue entonces en ese trocito de tierra donde corrieron de nuevo, se dirigieron al muelle y saltaron, como rayuela, por entre las rocas, jugaron a la comba con el picaresco faro con miedo a que su luz las atrapara.

Se sumergieron en la espesura de sal, anestesiada, sin aire y con sol. Y anhelaron la paz de un día insomne clareado de futuro. Con una carcomida honestidad de encontrarse y reconocerse. Al abrigo de un escenario con el telón bajado, sin público. Volteadas y fundidas de nuevo en la marea baja para no llegar jamás, perdieron la línea del horizonte porque no midieron distancias.

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