
martes, 31 de agosto de 2010
LA BOLA

lunes, 30 de agosto de 2010
Con el color del dulce de leche.
viernes, 27 de agosto de 2010
SINESTESIA
Cada idea, cada pensamiento tiene una forma,
tiene un sonido, un color diferente, rojo, blanco y amarillo...
una energía inagotable que invade todo mi ser,
se expresa en lo cotidiano,
hoy tiene empuje, fuerza…
fuerza, si, es la que me transmite esa …
piedra…
Mi cristal preferido, mi piedra preciosa.
A lo largo del camino, hay muchas piedras,
grandes, medianas, pequeñas,
cada una me sugiere un pensamiento distinto,
un sonido, diferente, suave, fuerte, débil, agudo…
me atrapa su belleza,
quedo absorta contemplándola,
me las quisiera llevar a todas conmigo.
Cada una significó algo para mi, en las diferentes etapas del camino de la vida.
Todas en cambio me transmitieron una energía inagotable
que fue invadiendo todo mi ser.
Es como una sinfonía que me hace vibrar al compas
de lo cotidiano.
Si las hubiese guardado todas, hoy podría edificar una casa,
una casa de piedra, “itzza etxea” en vasco.
Entonces era muy joven y no tenía idea lo que podía hacer con ellas…
Hoy, me doy cuenta, que aunque no construí una casa física,
en la que hoy podría vivir a gusto, segura, sin gastos de infraestructura…
No muy lejos de esas formas, he construido mi pensamiento basado
en la convicción de mis ideas, y me siento a gusto conmigo misma,
segura del espacio interior que fui edificando.
Cada piedra evoca en mi un recuerdo, una vivencia, un color, una forma,
una nota musical para componer la sinfonía de mi vida,
si le tuviese que poner un titulo diría: Sinfonía en La Mayor…
la vida es Bella y merece la pena vivirla.
jueves, 26 de agosto de 2010
Transferencia
Enterré a mi hijo a la orilla de un canal en un país frío. Clavé apenas una cruz de madera, donde mi hermano había grabado con sencilla caligrafía el nombre y la fecha: Anton Eckeström. (8 de noviembre, 1991 - 22 de junio, 2007).
Ese día se oscureció mi modo de mirar. O quizá, sin planearlo, fui yo quien bajó la persiana y corrió las cortinas al mundo.
Sólo había dolor, como un aire que se cuela entre las superficies, se acopla y, a su paso, las desgasta. Había un chocar de las palabras mías que se negaban a hilarse en frases, a concederme una mínima lógica productiva. Había desorden, un terrible desorden en el modo de sentir o comportarme; de enlazarme a quienes me miraban con honda preocupación y me tendían sinceras manos de consuelo.
Viajé. Sin mapas. No encontré obstáculo en la editorial que, amablemente, me esperaría sin límites. El dinero del seguro cubríría con creces aquella necesidad extravagante. Perderme ahondaba aún más mi tristeza pero, a la vez, me otorgaba una cierta sensación de coherencia.
Pasaron meses.
Fue en la playa, al sur de una península con perfil caprichoso, donde el dolor se replegó, se avino a enroscarse; donde todas mis sombras sin contorno encontraron un hogar, una suerte de forma concreta que las recogía.
Caminaba. Como solía: la mirada al frente, las manos a la espalda, el pelo revuelto. Pisé la piedra y retiré el pie dolorido con brusquedad. No había sangre pues las formas eran romas, pero sentí una intensa punzada. Me agaché y la tomé en la mano. Tan vacía, tan muda, tan amarga aquella piedra penetrada de agujeros. Ahí estaba, fuera de mí, hirviéndome en la palma, imagen de mi propio corazón desubicado.
Cerré el puño. Cerré los ojos. La aproximé al pecho. Y la tristeza -noté- mansamente fluyó hacia aquella piedra blanca que, ante mi asombro, no aumentaba de tamaño ni cambiaba de color. Piedra viva, sin embargo, digiriendo mi dolor, amalgamando aquel derrame y habitándose con mi desorden.
Sé que vomité sobre la arena; varias veces; que necesité prolongar mi paseo antes de volver al hotel y que esa noche ya no recordé mis sueños.
Conmigo la llevo siempre. Aparece en un bolsillo, en mi cartera… A veces, en invierno, dentro de un guante… Me hace buena compañía. La que es presencia sin estorbo. Y no la aparto, que en ella pesan mis recuerdos, mi lastre y mi hondura. Aunque vivamos como pareja que ya no comparte la cama: amablemente las dos, cada una en su territorio.
Una visita inesperada
....Era 1 de septiembre, del 2010, un miércoles cualquiera del calendario. Pero ese miércoles tocaba asistir al taller “Las palabras del escritor”, en la Biblioteca de Arroyo de la Miel, y algo impresionante pasó en aquella reunión literaria.
....El último día que vinimos, se nos entregó a todos unas canicas de colores, cada cual con un aroma distinto. La que me tocó a mí olía a naranja, y era normal, pues venía vestida de un color anaranjado. Pero no era esto lo raro y maravilloso de esta historia, no, fue algo mucho mejor...
....Cuando Ricardo se disponía a pedirnos leer nuestros ejercicios, sobre las bolas de colores que nos dio, una espesa niebla comenzó a formarse justo detrás de nuestro amigo. Él seguía hablándonos sin enterarse de nada, pero los demás íbamos viendo cómo aquella nube de humo iba tomando forma humana.
....Nuestra joven Alejandra soltó un grito de película de terror. Lola, Cecilia y Erena se levantaron de las sillas aterradas. Los demás nos quedamos como bloques de hielo en nuestras sillas, hasta el aliento se nos congeló en la boca.
....Aquel fantasma tomó forma corpórea; era un señor mayor, con barba y bigote, elegantemente trajeado con chaqueta y corbata. Y en cuanto tocó el hombro de Ricardo, éste se llevó el mayor susto de su vida, poniéndose en pie de un salto.
....-¡Tranquilo, tranquilos todos! –Dijo el extraño visitante- ¿No sabéis quién soy…?
....Aquel hombre, o fantasma, o lo que fuera, tenía un rostro serio, pero sus palabras llegaron a tranquilizar a todo el grupo…, bueno, o eso parecía. Ante nuestro oscuro y pavoroso silencio, aquél hombre siguió hablando:
....-¡Tranquilos, por favor! Adoro las sinestesias, y no he podido contenerme para venir aquí y disfrutar de este día con vosotros. Por favor, dejadme un asiento para acompañaros.
....No sé, pero su esmerada educación parecía habernos hipnotizado a todos, pues acogimos a aquel extraño en nuestro grupo, y seguimos con lo nuestro. Ricardo pidió que leyéramos nuestros textos. Levanté la mano, y empecé yo:
....“Un día me crucé con una desconocida, era hermosa, y tanto, que casi tenía que cerrar los ojos por la hiriente luz de su belleza. Al tropezar los dos, la bola que llevaba entre mis manos cayó rodando. Ella recogió gentilmente la canica anaranjada y me la ofreció.
....-¿Qué es esto? Me preguntó. Y yo le dije: “Es un beso resbalando de mis manos, un pequeño atardecer de aromas de otoño”. La chica hermosa dijo que más bien le parecía el pequeño huevo de un ave Fénix. Los dos sonreímos”.
....Fin de mi ejercicio. Ahora le tocaba a Laura y su texto con sinestesias. Pero el señor extraño se levantó, diciendo que sabía algunas bonitas:
....-Es de oro el silencio –dijo-, la tarde es de cristales azules…
....-¡Eres Juan Ramón Jiménez! –gritó Eduardo, señalando a aquel hombre.
....Y el espíritu del poeta onubense se desvaneció, en una nube de humo, ante nuestros atónitos ojos.
miércoles, 25 de agosto de 2010
LO DE LAS BOLAS (un poco largo, perdón)
El otro día le abrieron a uno la cabeza en la plaza mayor.
Un ladrillazo.
La gente comenta que tal vez los chicos estaban jugando en una obra. Seguramente apostaban a ver quien lanzaba el ladrillo más lejos. Cosas de chicos, quien sabe.
Lo que si vieron algunos fue el ladrillo volar a una altura considerable. Se comenta que el ladrillo silbaba como un obús, tal era la velocidad que llevaba.
Fue a dar en la cabeza de Serafín Méndez.
Un golpe limpio. La cabeza se abrió como una caja de puros, con un ligero chasquido, sin sangre.
Unas chicas gritaron, un señor corrió a socorrerlo, pero Serafín hizo un suave gesto con la mano rechazando ayuda y se sentó lentamente en el suelo.
Sus pensamientos comenzaron a desparramarse en todas direcciones.
Parecía mentira que en una cabeza tan pequeñita hubiera sitio para tanto pensamiento.
Eran como canicas de cristal de diferentes tamaños, canicas cantarinas, otras canicas susurradoras, algunas tan grandes como el pomo de una puerta. Botaban alegremente sobre el suelo empedrado de la plaza.
La gente, en un principio, daba pequeños saltitos para esquivarlas.
La plaza estaba llena, no se si sabré explicarte, amigo, el revuelo que allí se organizó.
Sergio, el de la panadería, haciendo alarde de unos reflejos fuera de lo común, reaccionó admirablemente, sacando un saco vacío del almacén y acercándoselo al pobre Serafín.
Serafín que parecía a punto de desvanecerse pero estaba más entero de lo que se podía esperar, asintió con la cabeza y extendió los brazos para sujetar el saco bien abierto.
Fue el mismo panadero el que empezó recogiendo los pensamientos más cercanos y echándolos al saco.
Todo el pueblo se puso manos a la obra. La plaza parecía un corral de gallinas hambrientas. Todos se agachaban y caminaban hacia el saco recogiendo los pensamientos del Sera por el camino.
Se podía mirar dentro de las bolitas. En cada una había un pensamiento del accidentado. El cachete que le dio el maestro sin tener razón, el otro cachete que le dio con razón, su primer beso, la comilona que se dio gracias a una apuesta…
El Sera sujetaba el saco y agradecía cada bolita con una leve inclinación de su cabeza limpiamente abierta. Con cada inclinación, un puñado de pensamientos brotaban de su cabeza. Don Agustín, el matasanos, no sabía que hacer, nunca había visto nada igual en sus cincuenta años de profesión, pero tuvo el acierto de sentarse tras el Sera y sujetarle el cráneo con ambas manos, cerrándolo lo mejor posible presionando con los pulgares para evitar una mayor pérdida de pensamientos.
Se comenta que la Justi, la muchacha más bonita del pueblo, cogió un pensamiento para echarlo al saco y lo miró antes de soltarlo. Era el recuerdo de una horrible punzada de dolor debida a un desengaño amoroso. Ya se sabe lo dolorosos que son esos lances.
Tanta ternura tocó el corazón de la moza que antes de soltar la canica en el saco, estaba perdidamente enamorada del Sera. Eso es lo que cuentan.
Afortunadamente la Justi acabó entrando en razón con el tiempo, en parte gracias a los consejos de las amigas que contaban haber visto otros recuerdos del Sera menos inocentes , y en parte por el empuje del Dioni, que acabó llevándola al huerto.
El que más y el que menos, todos miraron dentro de algún pensamiento del Sera, con cierto disimulo… porque aquello saltaba a la vista que era una cosa muy íntima. Algunos cayeron en la cuenta de que cuanto más lejos estaba el pensamiento del saco, más tiempo tenían para curiosear los recuerdos del vecino.
El bueno de Nicomedes, que nunca, nunca, había salido de la norma y gozaba de la más blanca reputación del pueblo, miró dentro de un pensamiento lleno de tocamientos pecaminosos adolescentes y perdió el control.
Salió corriendo de la plaza con la bola y unos mozos le dieron alcance en el arco de la Estrella y lo llevaron en volandas hasta el saco. Nicomedes soltó la bola llorando como un niño.
Sergio, el panadero tuvo que ir corriendo a buscar otro saco, y un tercero que se llenó hasta la mitad.
Cuando no quedaron más bolitas en la plaza, acarrearon al pobre Sera entre unos pocos y otros pocos se hicieron cargo de los sacos. Todo el pueblo en procesión hasta la Casa de Socorro.
Tanto el practicante como el asistente coincidieron con Don Agustín, el matasanos, en que nunca habían visto nada igual.
El pueblo en pleno esperaba en la puerta de la Casa de Socorro. El auxiliar salía de cuando en cuando contando que la cosa iba bien, que le había entrado un saco, que le había entrado otro y cada noticia era acogida con un murmullo de satisfacción.
Tres rosarios completos duró la intervención. En la cabeza del Sera entraron todas las bolitas, y aún sobró espacio que rellenaron con una minicalculadora de bolsillo, lo cual fue un acierto, porque el bueno del Sera demostró a los pocos días que podía hacer divisiones de hasta ocho cifras de cabeza.
Le cosieron con una técnica muy moderna de cirugía plástica que le dejó una cicatriz muy finita que se disimulaba perfectamente peinándose con la raya en el otro lado.
En ocho días, el bueno de Serafín volvió a pasear a la Plaza Mayor, como siempre.
Pero ya no era como antes. De repente todo el mundo tenía algo que hablar con él. Todos le buscaban conversación.
Pero el Sera no hablaba casi nada. Se limitaba a responder a las preguntas que le hacían, con monosílabos, cuando todos esperaban una charla extensa e íntima.
La gente comentaba ¿Qué le pasa al Serafín?¿No se había quedado bien?¿No se ha volcado el pueblo cuando el ha tenido problemas?.
Se mandó al Valentín, amigo del Sera de los de siempre, de confianza, de los de verdad, para que hablara con él. Estuvieron sentados en un banco tres cuartos de hora.
Al parecer, el Sera comentó que se notaba como que le faltaban recuerdos, no sabe cuales ni cuantos, y que sospechaba que alguno del pueblo se los ha quedado, no sabe porque ni para que.
Todos se echaron las manos a la cabeza. El Sera no sabe lo que dice ¿Quién va a querer lo que no es suyo? ¿Quién se atrevería a robar una cosa tan íntima en un pueblo tan honrado? Evidentemente el Sera no se ha quedado bien de la cabeza.
Pero pasó lo que nadie se esperaba. A la caída de la noche, el viejo Tomás, a sus noventa y dos años, dio la campanada acercándose a la casa del Sera y entregándole una bola. Era el recuerdo de una borrachera en la mili, en Melilla.
Serafín le da las gracias y acepta las disculpas del viejo, pero persiste en su actitud seca, al parecer siguen faltando recuerdos.
El sera sigue paseando por la plaza, y todos desean charlar con él sobre este o aquel recuerdo, pero nadie se atreve. La mirada cada vez más hosca de Serafín Mendez da pena y miedo.
Ahora, querido amigo, viene lo mío. Esto es confidencial.
Yo pisé la bolita, no se si casual o intencionadamente, una bolita pequeña que recogí con disimulo y guarde en el bolsillo.
La verdad es esa.
No es nada. Es un recuerdo muy pequeñito de una mejilla de niño apoyada en un pecho de mujer, un pecho enorme con un pezón rosado y tibio.
Sólo eso.
Lo miro de cuando en cuando, siempre que estoy solo. Poco a poco lo he ido haciendo mio.
No lo puedo devolver, ni se me pasa por la cabeza.
Si no lo devuelvo le robo al Sera. Si lo devuelvo me robo a mi.
¿Soy una mala persona?¿Tengo opción, hermano? Son preguntas retóricas, no tienes que responder.
Además, ya lo tengo decidido, me voy a hacer un llavero.
Eso es todo, un abrazo.
martes, 24 de agosto de 2010
A la melena pelirroja de Amparo
A la melena pelirroja de Amparo
Tu pelo es una larga incertidumbre
que araña la razón de mis sentidos,
y casi escucho en mí claros latidos
cantándole a tu clara y bella lumbre.
Tu pelo tiende en ti su mansedumbre
de un rojo amanecer, enardecidos
mis ojos se desvelan tan heridos
que a la dicha tu fuego los encumbre.
Como un jardín de rosas es tu pelo
sobre tu cuerpo blanco en clara nieve,
uniendo la pasión a blanco cielo.
Claro río de amor que claro llueve
en tu piel y en mis ojos como un velo
que arde como un sol y me conmueve.
jueves, 19 de agosto de 2010
Sonetos
UN SONETO
Desde Italia me trajo Garcilaso,
aunque Boscán ya lo intentó certero,
el maestro Petrarca fue el primero
y Santillana me arrastró al fracaso.
De Góngora a Quevedo me traspaso,
desde Lope hasta Lorca y sigo entero,
siempre a través de mi dicen te quiero,
todavía soy rey en el parnaso.
Cuando siento nacer mis dos cuartetos,
la música se expande por mis venas
acabando con magia en los tercetos.
Pero al final siempre brotan las penas
después de superar todos los retos,
y me visten de abrazos y cadenas.
SIERRA NEVADA
Suave curva de tierra contenida,
por corona de nieve coronada,
de flor está tu falda destronada,
muros áridos desnudos de vida.
Libélulas de escarcha derretida
escapan a la vega de Granada,
sonríe orgullosa Sierra Nevada,
altiva entre sus dientes escondida.
Esta brisa que azota helada y fría,
lleva recuerdos de la historia inerte
sobre los montes de la serranía.
Cresta plateada y abrupta y fuerte,
dibuja en el cielo profunda estría,
cicatriz que perdura tras la muerte.
ROSA
Si tus labios besan, Rosa, mi boca
de palidez blanca como la rosa,
del suave ramo donde perezosa
aspiras dulce melodía barroca.
Rosa cincelada en tallo de roca,
transparente lágrima temblorosa,
suave perfil, rosa, bella azarosa
de enagua y encaje del color de oca.
Una docena, flor, tan delicada,
rosa amiga de castas ilusiones,
amante fiel de pequeños suspiros.
Por todas las mujeres deseada,
dulce rosa, tan llena de emociones
y de pétalos, frágiles papiros.
1 de septiembre

Propuesta nº 5: Escribir con los cinco sentidos
En cuanto al tema del relato o la función que le queráis dar a la piedra en el mismo, la elección es libre.
Ya tengo curiosidad por conocer vuestras sinestesias.
miércoles, 18 de agosto de 2010
LORCA
sea rosado y dulce lino
donde claven sus azadas
los cansados campesinos.
martes, 17 de agosto de 2010
Hot and bothered
La sonrisa tesaba pantiosamente su clariopto enyesto mientras creciaba su lamel, arañándola, contra la pared blanca menada en cal y tiempo. Sus qüis sinzuaban ecti arreonte, quería puliarse y res ninentrada, hacía tanto tiempo que sus carendos no tesaban con aquel viento pliliado de corrienza. Tanto… que no salía a ignirse en la marchita lluvia del verano, a felucir las gotas que tesaban su lamel, a ser sostiada y esñada.
Rodeó sus sazallos ramcos y levantó el grunte al oscuro gris, al apagado sol negro, estaba destroquendo, lámparas solares jihunsa el camino hacia el mar, ella afigenza su plerunia bajo el vestido blanco de gasa, fue aunsence cuando sunta otros quises plinis y aquella chisda. Augeó con la klaptencia de ser tusve, y aspilló entre un sendero de arena su apfundia, la algarabía se mezclaba con el bisidisente sasido de levinto, y el silencio breve era un preludio a los tadroncos que pronto colentarían su arriontera.
No quería volverse por miedo a enfriecer y ninetrar sus ramcos, tronelaba tanto la mensodad de unos soibal sólo entreabiertos en su imaginación; la lamel octena y grista, la sonrisa acabada y esos, los que fueran sus ojos, que la hacían sentir tan brarranta y tan joscada que ni siquiera la corrienza y el mar disfinzados podían hacer que humbrieran… sólo ella.
Llegó al mar embravecido, la excitación hilvanaba los pensamientos fugaces, quería sumergirse, quería humedecerse por fuera como ya lo estaba por dentro. La ropa se pegaba a su cuerpo, calor, su imagen titiló, juntas, y destaparon la madrugada para sentir algo de frío durante los meses de verano, en lo más profundo de diciembre.
Caminaron por la orilla despacio, con prisa, con el deambular de los vagabundos que no llegan a ningún refugio. Bordearon y perfilaron las calles encuadradas en el escenario ausente de una postal, de la ciudad en negro, de una vista fugaz, de un viaje sólo de ida. Querían volver, alcanzar las promesas ancladas a la boya más alejada de la orilla sin saber nadar. Arriesgarse a llegar a impulsos, a contracorriente. Entre los pliegues de las olas, confundirse con la espuma alcoholizada y salina de la resaca almidonada, tintada de azafrán. Y únicamente contemplaban el océano embravecido y callado. Fue entonces en ese trocito de tierra donde corrieron de nuevo, se dirigieron al muelle y saltaron, como rayuela, por entre las rocas, jugaron a la comba con el picaresco faro con miedo a que su luz las atrapara.
Se sumergieron en la espesura de sal, anestesiada, sin aire y con sol. Y anhelaron la paz de un día insomne clareado de futuro. Con una carcomida honestidad de encontrarse y reconocerse. Al abrigo de un escenario con el telón bajado, sin público. Volteadas y fundidas de nuevo en la marea baja para no llegar jamás, perdieron la línea del horizonte porque no midieron distancias.
La Música de las Palabras (Four o’clock drag)
El tiempo se bifurca, flota y se arrastra. Las 4, las 5 o las 6.
Nada..., sólo eso, la música eterniza la nada.
Noche extraña y gime el trombón en la Cueva del Drag.
Las miradas fijas las encadena el humo. Nadie se mueve.
Me quiero ir y me quedo.
Sopla que sopla, la trompeta acalla al trombón.
Me enajena el ritmo hipnótico del jazz.
Ay, ahora sólo soy... jazz... jazz... jazz...
domingo, 15 de agosto de 2010
Jitanjáfora y Glíglico
Ejercicio Adicional a Propuesta Nº 4. Texto conocido convertido en Jitanjáfora
Y en diciendo esto y encomendándose de todo coracinea a Dulzón, pidiéndole que en tal le tranriese le socorce, bien cubierto de su rodeza, con la lanla en el ristre, arremetió a todo galonante de Rocinpe y embestió con el prilino momer que estaba delante; y dándole una lanzapa en la asada, la volvió la vieria con tanto funto que hizo la lazos pedaza.
Ejercicio Adicional a Propuesta Nº 4. Texto conocido convertido en Glíglico
Y en dicien y encomián de todo corapión a su sian Dulcinea, pregó que en tal opoco
le hilferiose, bien cupó de su rudolo, con el perto en brosa, arremetió a todo polopó de Rocinante y ofergó con el alfán peñate de deván y dun pertogón en el ayón, la giró el viotó con tanto funto que hizo el perto pom.
Texto original: Don Quijote de la Mancha, Cap. VIII
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo galope de Rocinante y embistió con el primer molino que estaba delante, y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos.
MOVIOLA (con Body and soul de fondo)
En la pista, una pareja bailaba ajena a la impaciencia de los camareros, que recogían con intencionado alboroto las bandejas. Sólo el saxofonista se sentía cómplice de ese baile solitario, abstraído él también en su instrumento.
Sin apenas moverse, los ojos cerrados, dejándose mecer por la melodía, un hombre y una mujer bailaban como si el mundo no existiera más allá de su abrazo.
Ella , ceñida por un vestido de seda que se deslizaba sensual sobre su silueta, apoyaba la cabeza sobre el pecho de su compañero. Su frágil figura contrastaba con la poderosa envergadura del bailarín, apenas disimulada por el esmoquin, que se inclinaba solícito sobre su rostro, enmarcado por un cabello rubio y ondulado que le caía en cascada sobre los hombros.
- Quiero que esta música dure eternamente – le dijo al oído-, quiero tenerte junto a mí siempre, solos tú y yo.
La mujer estrechó su abrazo y volvió el rostro hacia él para besarlo.
En la penumbra de la sala, Lucas, buscó a tientas el mando y apagó la televisión sintiendo las últimas notas vibrar en su cabeza. Permaneció largo rato inmóvil en el sofá, recreando una y otra vez la imagen que había visto en la pantalla y deteniéndose con minuciosidad en los detalles de la escena, sin modificar ni un solo gesto.
Sólo los protagonistas habían cambiado : los rasgos de ella coincidían inequívocamente con los de Marta, la mujer de su hermano, y era su propio rostro el que se inclinaba con dulzura hacia su oído.
- Quiero tenerte junto a mí siempre -musitó en la oscuridad - solos tú y yo.
.
viernes, 13 de agosto de 2010
EL CLUB DE JAZZ
-Besie Smith club- podría describirlo sin abrir los ojos, a la derecha los reservados, a la izquierda el escenario con la banda tocando –baby doll- y en el centro la barra de roble con adornos en bronce seguramente sumergida en la vorágine propia de una noche veraniega, el portero me dio paso.
Allí estaba él, con su figura escultural, de piel azabache, vestido de blanco impoluto, de pie en el centro de la barra, cuando notó mi presencia giró su cabeza, y me penetró con su mirada. Yo, sentí un escalofrío, mi corazón dejó de latir, el oxígeno no llegaba a mis pulmones, todo se detuvo a mí alrededor, menos el tiempo que pasaba inexorablemente y la banda que tocaba baby doll. En un estado latente lancé un grito sordo, que él entendió y comenzó a acercase, a cada paso que daba iba recuperando el pulso, cuando se encontraba a un metro, el aire entró de golpe en mis pulmones. Cuando me tocó un rayo impactó sobre nuestras cabezas, nos fundimos en un abrazo infinito, sentí que éramos parte del firmamento, cuando volvimos la sala alcé mi brazo y con un chasquido de mis dedos la banda recomenzó la canción. No estaba soñando, realmente había encontrado a mi gran amor.
Baby doll sonaba una y otra vez en la sala y así sería mientras me quedaran fuerzas para alzar mi brazo, que era lo único que podía controlar ya que ni el tiempo, ni los sentimientos estaban a mi alcance. Todavía abrazados sin concesiones, me susurró al oído con voz temblorosa.
-Te espero desde hace tanto-.
-Pero ahora creo que hemos estado siempre juntos-.
-Te amo como jamás creí que llegaría a amar y no se si esto es un delirio, pero si estoy en lo cierto. Por favor, que sea de amor-.
Salimos de la sala, cogidos de la mano como dos niños que no se quieren perder, nuestra felicidad desprendía un halo que iluminaba las calles dirección al hotel. En la penumbra de la estancia, frente a frente descubrimos nuestros cuerpos desnudos, cuando llegó a lo más profundo de cotolirie sentí un inmenso solorigio en mi zona erotonia que me transportó nuevamente fuera de la loctoninia, para luego regresar y sentir un inmenso plañaca e hicimos el amor con la pasión y la entrega de quien lo hace por primera vez, hasta caer extenuados.
Al alba, buscando el otro lado de la cama vacía, encontré el torso desnudo de aquel hombre maravilloso con la seguridad de estar juntos toda nuestra vida.
ODRAUDE.
jueves, 12 de agosto de 2010
Jitanjáfora
A la tundra, tundra,
a la tera, terisón,
toma la tronca trumba,
toma la tron, tritón.
A la luna, lunisera,
lona, lina, lonalón,
lana, lerasina, linera,
lara, laralira, laralón.
I ain't got nobody - Earl Hines
Escribo sin pensar, mientras escucho la música una y otra vez, y una vez más, y otra… Se supone que debe ocurrírseme algo. Algo. ¿El qué? Algo que suene mientras se escriba; cuando se lea. Ni aunque me vuelvan del revés. ¿Volver del revés? “Sever led revlov” No suena mal del todo, pero no me parece una aliteración, más bien una estupidez. En fin, que no se diga que no lo he intentado. ¿Y si creo primero la atmósfera? Gguitos, cagcajadas, ciggaguillos, gginegba… ent’ta la ggubia de labioss de ggubí: _ “Tócala ogta vez, Earl”.
1, 2, 3… ya vamos por la octava, nena, “ tutututum tum tum…”.
Esta parte me encanta. Mejor voy a bailarla, ya escribiré algo otro día…
martes, 10 de agosto de 2010
La autopista del Sur (jitanjáfora)
Viviana Monjo.
Tabaco y maní
Mis pies forman figuras, sobre el oscuro suelo, pegado al oscuro fondo, entre el espeso aire del humo de cigarrillos, resalta la trompeta lo que el alcohol acalla.
Él me toma la mano, al tiempo, que lo miro, su cuerpo se pega al mío, guitarra y bajo, danzamos, son dos pies, cuatro, cien…cado uno un acorde, sed y vino.
Crepitamos, como en el fuego el leño, al son de percusiones, con ojos encendidos en clave de sol, oliéndonos como animales en celo, van cayendo las ropas en la ilusión que el saxo dibuja y la armónica besa y jura.
No sé su nombre, ni el mi mote, no sé de donde viene, ni él sabe donde voy, con sus dientes blancos, ríe el piano al misterio; solo este instante nos une, tabaco y maní, brisa de amor y pasión.
En un solo beso de aliento e Historia, Mississippi, Luisiana, Georgia y Alabama, lloran las negras, ríen las blancas, juegan las corcheas, cerraron el tema.
Detrás de un raído cortinado lo vi salir.
Otro, ese otro, que no preguntaré su nombre toma mi mano, su cuerpo pega al mío.
Mis ojos con pupilas dilatadas, la boca entreabierta, claro lenguaje de hembra en celo; pronuncio:
Do´t play you me cheap,
because I look so mek.
Canta Louis, estoy oliendo esclavitud.
Viviana Monjo
lunes, 9 de agosto de 2010
JAZZ ME BLUES (1 y 2)
See that girl
that walks around
as in a dream,
up and down
that bloody street
with gushes of air
from underneath.
Cornet’s calling out her name,
Bass with trembling strings repeats
and so does every now and then
the Clarinet.
Still nobody’s looking
at flying skirts.
Step on, Marilyn,
walk over it again.
JAZZ ME BLUES (y 2)*
La chica rubia
Sus tacones clacotican en los escalones de un portal. Suave flupiluba su falda por los barrotes. ¡Cómo ritmotan sus pasos en la acera! Levanta la cabeza y se tocalisa la melena.
del vestido blanco
Se paradiburre en una esquina de la Quinta Avenida. Los motores escopetean disparhumo; taxis y lujosas limosinas ruedagiran de prisa. A su vera hay gente tan impaciente que vibra.
cruza la calle
Los coches frenisecan ante ella. El cornetín canta su nombre, el clarinete lo repite-repite, y el bajo con sus cuerdas temblonas lo retoma-toma-toma. Ella se sonríe, sonríe distraída.
y un golpe de aire
La boca del metro exlanza cien contables grises respetables y mil oficinistas que escurren como agua vertida.
levanta su falda.
Ella, ¡y es ella!, amansa coqueta la falda rebelde, y labirroja saluda, esta vez complacida.
El resto es historia (del cine).
viernes, 6 de agosto de 2010
18 de agosto
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña."
Propuesta nº 4: La música de las palabras
Jazz me blues - Bix Beiderbecke and his gang
—Se está bien aquí. Hace calor, está oscuro.
—Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me Blues, viejo." (Capítulo 10 de Rayuela).
Four o'clock drag - Kansas City Six
—Era uruguayo, aunque no lo parezca.
—No parece —dijo la Maga, rehabilitándose.
—En realidad, Lautréamont... Pero Ronald se está enojando, ha puesto a uno de sus ídolos. Habría que callarse, una lástima. Hablemos muy bajo y usted me cuenta Montevideo." (Capítulo 11 de Rayuela).
Save it pretty mamma - Lionel Hampton & his orchestra
Body and soul - Coleman Hawkins
Baby doll - Bessie Smith
Quemándose la boca con un largo trago de vodka, Oliveira pasó el brazo por los hombros de Babs y se apoyó en su cuerpo confortable. «Los intercesores», pensó, hundiéndose blandamente en el humo del tabaco." (Capítulo 12 de Rayuela).
Empty bed blues - Bessie Smith
Don't you play me cheap - Louis Amstrong and his orchestra
Satchmo cantaba
Because I look so meek
y Babs se retorcía en las rodillas de Ronald, excitada por la manera de cantar de Satchmo, el tema era lo bastante vulgar para permitirse libertades que Ronald no le hubiera consentido cuando Satchmo cantaba Yellow Dog Blues, y porque en el aliento que Ronald le estaba echando en la nuca había una mezcla de vodka y sauerkraut que titilaba espantosamente a Babs. Desde su altísimo punto de mira, en una especie de admirable pirámide de humo y música y vodka y sauerkraut y manos de Ronald permitiéndose excursiones y contramarchas, Babs condescendía a mirar hacia abajo por entre los párpados entornados y veía a Oliveira en el suelo, la espalda apoyada en la pared contra la piel esquimal, fumando y ya perdidamente borracho, con una cara sudamericana resentida y amarga donde la boca sonreía a veces entre pitada y pitada, los labios de Oliveira que Babs había deseado alguna vez (no ahora) se curvaban apenas mientras el resto de la cara estaba como lavado y ausente." (Capítulo 13 de Rayuela).
See see rider - Big Bill Broonzy
Blue interlude - The chocolate dandies
Hot and bothered - Duke Hellington and his orchestra
—Título apropiado a las circunstancias rememoradas —dijo Oliveira llenando su vaso—. El negro fue un valiente, che.
—No se presta a bromas —digo Gregorovius.
—Usted se lo buscó, amigazo.
—Y usted está borracho, Horacio.
—Por supuesto. Es el gran momento, la hora lúcida. Vos, nena, deberías emplearte en alguna clínica gerontológica. Miralo a Ossip, tus amenos recuerdos le han sacado por lo menos veinte años de encima.
—El se lo buscó dijo resentida la Maga—. Ahora que no salga diciendo que no le gusta. Dame vodka, Horacio. Pero Oliveira no parecía dispuesto a inmiscuirse más entre la Maga y Gregorovius, que murmuraba explicaciones poco escuchadas. Mucho más se oyó la voz de Wong, ofreciéndose a hacer el café. Muy fuerte y caliente, un secreto aprendido en el casino de Menton. El Club aprobó por unanimidad, aplausos. Ronald besó cariñosamente la etiqueta de un disco, lo hizo girar, le acercó la púa ceremoniosamente. Por un instante la máquina Ellington los arrasó con la fabulosa payada de la trompeta y Baby Cox, la entrada sutil y como si nada de Johnny Hodges, el crescendo (pero ya el ritmo empezaba a endurecerse después de treinta años, un tigre viejo aunque todavía elástico) entre riffs tensos y libres a la vez, pequeño difícil milagro: Swing, ergo soy." (Capítulo 16 de Rayuela).
It don't mean a thing - Duke Hellington and his orchestra
I ain't got nobody - Earl Hines
Mamie's blues - Jelly Roll Morton
Stack O'Lee blues - Warning's Pennsylvanians
Jelly Beans Blues - Ma Rainey
Oscar's blues - Oscar Peterson
miércoles, 4 de agosto de 2010
Entre el río Congo y el sur del Nilo
El viento apenas lograba colarse por aquella espesa vegetación. Solo su rumor en las copas de los descomunales árboles revelaban su presencia. Abajo, entre las penumbras de la selva, Eric y su padre aguardaban la llegada de los pigmeos, una tribu que habita las selvas del centro de Africa. Hacía un calor infornal, como si un millón de hogueras rodearan aquel lugar inhóspito.
Sentados sobre un saco de sal, hacían tiempo en silencio acostumbrados a las largas esperas durante las cacerías. Eric observaba las ramas más altas balancearse mientras mi abuelo filtraba gota a gota el agua de un riachuelo. En cuanto las gotas dejaban de golpear el fondo de la cantimplora, uno de ellos apenas lograba mojarse los labios.
El riachuelo corría sordo, como la sangre a través de una herida. Reinaba un silencio absoluto, casi preocupante. Mi padre fue el primero que sintió sus presencias. Siempre venían dos, cogían lo que iban a trocar, y desaparecían como sombras sin cruzar palabra. El mundo exterior parecía horrorizarles. Eran pequeños, cabezudos, mantenían una leve sonrisa bajo unos ojillos nerviosos y tenían casi siempre el cuerpo plagado de picaduras.
El más viejo señaló el saco de sal con una rama. Acto seguido el otro desapareció para volver con un cesto repleto de raices, plantas y carne seca. Mi abuelo les dijo algo en su lengua, lo cual pareció tranquilizarles. Luego se colocó entre los dos hombrecillos y levantó los brazos en cruz. A pesar de la escasa estatura de mi abuelo, los pigmeos quedaron muy por debajo de los brazos. Entonces le hizo una señal a mi padre para que inmortalizara el momento. Así era él, impredecible.
Los pigmeos sacaron unos granos de sal y se los metieron en la boca casi con ansia, y desaparecieron como dos estelas de humo. A Eric y su padre le quedaban tres días de marcha hasta su campamento.
"A mis dos aventureros favoritos, que aunque se fueron, dejaron sus corazones en las selvas africanas, y sus genes que me empujan con fuerza a lo desconocido"
lunes, 2 de agosto de 2010
La vieja de la fuente
Miró el ennegrecido exterior, era la una de la mañana, esa noche no había luna. Cargando con un pipo y un candil bajó hacia la fuente más cercana a la casa. Para llegar a aquel lugar tenía que atravesar un amplio llano y bajar una pequeña cuesta que desembocaba en la entrada de un bosque de avellanos, lugar donde afloraba el caño. Don Juan andaba con pasos pequeños y rápidos, sus zapatillas de lona apenas rozaban la tierra o la hierba seca.
Cuando llegó junto a la fuente empezó a llenar el pipo mientras tarareaba la coplilla que cantaba su mujer todas las mañanas al lavar la ropa en la pila. No había trascurrido mucho tiempo cuando un sonido diferente se impuso a la melodía nocturna del campo, unos pasos arrastrando hojas y palos secos descendían desde el otro camino que desembocaba en aquel punto, un recodo oscuro en aquella boca de lobo.
El hombre creyó que se trababa de un animal, un perro salvaje o un jabalí, y buscó a tientas algo con lo que protegerse mientras intentaba con chasquidos y amenazas alejar a aquello que se estuviera acercando. Enmarcada en la sombra de la noche empezó a vislumbrarse la silueta de una anciana totalmente vestida de oscuro que, sin hacer caso al hombre que la miraba amenazante con un palo y un pipo rebosando de agua, pasó junto a él y subió la cuesta por la que éste había llegado. Reaccionando al pánico que la extraña aparición le había provocado, Don Juan echó a correr tras ella y cuando llegó al principio de la explanada donde esperaba verla, comprobó perplejo que allí ya no había nadie.
PD: toda leyenda parte de un hecho real. Así, mi abuela me contó que lo que verdaderamente pasó es que cuando aquel hombre siguió a la anciana pudo comprobar la razón por la cual ella no respondía a sus llamadas, ya que a su espalda llevaba una papel donde estaba escrita la palabra "sordomuda".
EL GRITO
Heriberto dormitaba arropado por el calor de la tarde veraniega; su delgado cuerpecillo apenas ocupaba el último peldaño de la escalera al desván, su refugio ante las bromas pesadas de los tres primos mayores, los encargos del abuelo y los vasos de leche que la abuela estaba empeñada en hacerle beber. El chico apoyaba la frente contra un ventanuco ovalado cuyos cristales –ciegos de inclusiones y goterones– enturbiaban y deformaban todo lo que se divisaba: el bosque donde los primos –según ellos– cazaban osos y lobos aunque aparecieran siempre con las cestas llenas de setas, el pasto verde de las vacas blanquinegras, y el sendero que se separaba de la carretera para entrar al corral. Desvelado ya, el niño escuchó ruidos bruscos, gritos estridentes: hoy seguramente había cacería. Sonó el ladrido grave de un perro de gran tamaño como el del carnicero, se oyeron las voces de los muchachos, pero por más que el chico arrimara la cara al polvoriento cristal, no veía sino el manchón oscuro del bosque de abetos, la pradera verde y el camino que llevaba a la granja. De nuevo ladró un perro, alguien gritó, el animal aulló y el chaval creyó escuchar el vozarrón del abuelo. Más golpes, gruñidos, chillidos… luego un silencio espeso y sólido que pesaba mucho más que la algarabía anterior. Heriberto bajó al zaguán y abrió la puerta.
Sacando el morro del pecho de su última víctima, el perro rabioso se percató de un movimiento en la puerta de la casa, donde se asomaba el niño, un pálido chaval de ocho años. Gruñendo y aullando, cubierto de sangre y espuma, y sacados los temibles colmillos, el pastor alemán se le acercó con movimientos erráticos, torpes. El chico –que llevaba unos minutos observando la escena sin comprender lo que estaba pasando– iba a cerrar la puerta y a esconderse en lo más hondo de la casa, cuando vio a la abuela con un hacha salir del cobertizo de leña detrás del perro. El animal se paró en seco y empezó a darse la vuelta. Instintivamente el niño dio un paso adelante que fue suficiente para que el perro se lanzara hacia él. Justo en medio del salto, la abuela lo alcanzó, le partió la cabeza de un solo golpe y gritando enloquecida machacó a hachazos los restos de la bestia que había matado a su dueño, al abuelo que vino en su ayuda y a los tres nietos mayores de la pareja que sin armas se le habían enfrentado. En el corral solo quedaban con vida el nietecillo de la ciudad y ella misma que sin dejar de gritar se arrastró de un cuerpo inmóvil a otro, impotente y desesperada porque solo pudo tocar muerte con sus manos y solo sentir sangre bajo sus pies.
Dos veces, y hasta tres aguantó el pintor la embestida del grito mientras trabajaba en trance sobre el papel, eligiendo tonos y fijando trazos. Las líneas retorcidas y violentas de su dibujo, las formas, los colores, nada mantenía relación alguna con la realidad, todo era extremo y excesivo y rompía con las reglas de estética y armonía. Poco a poco surgió un apunte en el que el artista insistió hasta que no pudo más. Le temblaban las manos y la cabeza le estallaba cuando recogió sus bártulos y se volvió casi corriendo sobre sus pasos alejándose con alivio visceral del valle del grito, de esa queja sin medida ni límite. Cuando llegó a la carretera donde le esperaban el chófer y los amigos con el coche arreglado, les obligó a salir de inmediato. No consintió ninguna parada en el camino hasta la próxima ciudad, y ni sereno ni borracho habló de lo ocurrido hasta que años después pintara en Paris su cuadro más famoso.