miércoles, 21 de julio de 2010

La Blancanieves de Aido

Las historias nunca son como las cuentan. Cada vez que escucho hablar de los años que compartí con los enanos en el bosque, siento que esa no es mi vida. Lo pintan siempre como un periodo idílico, rodeada de naturaleza y de los mimos y cuidados de estos siete hombrecillos que viven sólo y exclusivamente para complacerme. Algunos, más retorcidos, se refieren a mí en esa etapa como la protagonista de un descomunal escándalo, que me fui a vivir con siete machos a los que no me unían ningún sagrado vínculo.......¿cómo puedes con todos, cómo evitas los celos entre ellos?, me preguntan en tono malicioso.

Nada que ver con la realidad. En primer lugar, odio el campo; yo soy una mujer urbana, que adoro la corte y todo lo que ella conlleva. Aborrezco los animales y la paz de este bosque, las dimensiones diminutas de esta casa que me condena a caminar con la cabeza inclinada,las camas en las que siempre me cuelgan los pies y esos platos tan pequeños que me obligan a servirme al menos tres veces por comida. Vivir con siete hombres, cada uno con sus manías y rarezas no es nada fácil, siempre hay alguno malhumorado, nervioso o descuidado que me impide tener un día tranquilo. Me paso las horas sola en casa y ellos, ellos trabajando en la mina de sol a sol. Es cierto que vuelven cansados y cubiertos de polvo, pero cantando, que por algo será, y a mí, ni una sonrisa, ni preguntar una sola vez si me apetece dar una vuelta o un traer algún detalle que me haga sentirme especial.

Pura rutina, eso es mi vida, pura rutina: los lunes hago natillas, el miércoles, toca cambiar las sábanas y las toallas, los viernes, planchar y zurcir montañas de ropas diminutas, y así semana tras semana. Fijaros, que mi única ilusión es la posibilidad de una visita de mi perversa madrastra, que al menos, aporta un poco de emoción a esta monótona vida.

Y la espera, siempre la espera; esa espera infinita del príncipe salvador, que me rescatará de la muerte con un beso......¡ valiente idiota!. Lo veo llegar con ese aire de suficiencia, de héroe victorioso al que ninguna chica se le resiste, inclinándose sobre mí para besarme, sabiendo que es eso lo que todos quieren que haga, y poner sobre mi boca esa boca suya tan fría, tan seca, que deposita en mis labios un beso de nadie, rutinario, que no habla de pasiones sino de deber cumplido.

A partir de ese momento , ya saben cómo sigue la historia: a lomos de un hermoso corcel, me dirijo hacia ese lugar donde suenan campanas de boda y se comen perdices hasta la saciedad. Fin

Y sin embargo, a mí me gusta fantasear con un final diferente, a menudo me descubro recordando los ojos tiernos del guardabosque, la forma en que acariciaba mi cabeza y me estremezco evocando sus últimas palabras: “chiquilla, corre, corre, huye de aquí, tienes el destino en tus manos”.

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