miércoles, 21 de julio de 2010

El Cazador y Caperucita

El cazador colocó el cebo en la trampa y se colocó a esperar detrás del olmo. Mientras vigilaba la zona, atento a la llegada del lobo, se dejó llevar por su imaginación. Visiones de si mismo y la nieta de la señora de la cabaña del tercer roble, abrazados a la luz de la luna, invadían su mente y soñó que ella, que hasta ahora ni siquiera sabía que él existía, le adoraba. En el abrazo nocturno de su fantasía, ella se apoyaba en su fuerza y su valentía y él la mimaba y le murmuraba al oído que le quería.

El cruje de una pisada sobre hojas secas le devolvió a la realidad. El lobo había entrado en el claro del bosque donde el cazador había colocado la trampa, y su olfato estaba guiándole hasta el enredo de lianas y ramitas que había colocado por encima del agujero. El cuerpo del cazador se tensó mientras esperaba la caída del lobo.

‘Crack!’ Por fin hizo la pisada esperada y cayó en la trampa. El manjar de cabritillo que encontró al fondo le entretuvo al lobo mientras el cazador se acercó a vigilar su preso. Cuando el lobo se dio cuenta de que alguien le observaba enseñó los comillas, gruñó desde sus entrañas y se colocó para atacar al amenazador.

“Espera Don Lobo” le apeló el cazador, “no te he capturado para matarte, te he capturado para proponerte un trato. Lo mínimo que puedes hacer, en gratitud por la suculenta cabritilla que te he dejado, es escuchar mi oferta.”

“Soy todo oídos” dijo el lobo, disimulando su confusión.

El cazador procedió a explicarle su plan. Quería que el lobo se metiera en la casa de la abuela, la del tercer roble, para esperar a su nieta, Caperucita Roja. Y cuando ella llegara para visitar a su abuela el amenazaría a comérsela, asustándola como nunca había asustado a nadie. En el momento en que el cazador escuchase el grito de la Srta. Caperucita el acudiría a salvarla, ofreciéndola consuelo, protección y cariño. Como compensación, el cazador le ofreció al lobo otra cabritilla jugosa y tierna.

“?Por una? ¡ni hablar! Por lo menos Usted me tiene que dar ocho jugosas cabritillas, porque una vez que tengo a una suculenta jovencita entre mis garras, no sé si seré capaz de dejarla escapar por solo una flaca cabrita.”

Tras una dura y ardua negociación, donde el cazador fue en desventaja por su ciego amor hacia la Srta. Caperucita, se cerró el trato en cinco cabritillas para el lobo, entregadas a lo largo de una semana, a cambio de una joven asustada y preparada por el rescate del determinado y enamorado cazador.

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