miércoles, 1 de septiembre de 2010

UNIVERSO ACABADO

Inmensa la extensión bañada en luz y enterrada en ocre y celeste. Tumbada en aquel desierto e inacabable mar se encontraba una figura encorvada, llameante de sombras que se fundían con la salobre orilla que serpenteaba hasta donde ninguna mirada había llegado jamás.

La figura no tenía ojos, pero lo veía todo, miraba sin ver y asimilaba la tersura marrón de su asiento de piedra mientras sentía el frescor opaco de la tarde. Murmuraba unas tibias palabras que únicamente a ella le parecían hermosas y cosquilleaban en su boca hasta que las dejaba salir volando, no había nadie más.

Salió del acantilado y caminó sobre la tierra y el agua, con su lánguida dejadez, llegó hasta donde los cristalinos árboles se doblegaban por el peso de su fruta y se sentó debajo de ellos. Abrió la mano y allí brilló, como si hubiera estado siempre, la minúscula bola. En la sombra de aquel bosque de macedonia parecía una cuenca negra, sin vida. Fue al girarla, cuando un rayo de luz juguetón la alcanzó, cuando se coloreó del morado dulzón de una ciruela madura. La pequeña bola lamió la oscuridad con un parpadeo intenso y entonces el infinito, inacabable, interminable y sempiterno universo apareció reflejado en esa esfera de apenas un centímetro de diámetro y una cálida suavidad.

La silueta sonrió, no tenía ojos porque no le hacía falta ver… Dios lo creó todo a su imagen y semejanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario