miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los azules de la esfera

Escrito por nuestra compañera Erena (agosto, 2010):

....Abrí los ojos y me desperté de golpe. Este era el último día de mi cuarentena. Mañana cumpliría el medio siglo. El tiempo había pasado, lo sabía, sin embargo, conservaba mi ánimo de treintañera. Por eso, no me asustaba cumplir los cincuenta y los esperaba con una curiosa alegría.
....Tardé bastante en arreglarme. Sentía que tenía una cita con el pasado. Quería dar una última mirada atrás, hacer un repaso antes de cerrar esta etapa. Aunque era posible que con cuarenta o con cincuenta, todo siguiera igual.
....Salí con ánimo goloso, quería dejarme poseer por la ciudad, saborear cada instante, sentir cómo se iba haciendo el día. Bajé por Paseo de Gracia, deteniéndome ante los escaparates, admirando las fachadas con sus mosaicos apetitosos, la gente que se movía al ritmo de sus inquietudes. Continué hacia la plaza del Pi y, muy cerca, detuve mis pasos ante una tienda que todavía conservaba los postigos de madera de antaño, las ventanas de guillotina con sus cristales de pequeños rectángulos, como en las postales de navidad. Observé el batiburrillo de objetos desbocados mezclados al azar, muchos de ellos antiguos. Esta tienda trasnochada era lo que necesitaba para sazonar el día.
....Entré y tranquilamente, casi como una sonámbula, me sumergí en uno de los pasillos, hurgando entre anaqueles y cajas. Mis ojos saltaban de una cosa a la otra y el tacto de mis dedos me ayudaba a verlas. Ensimismada en esta especie de rastreo una voz me sobresaltó:
....-¿Qué es lo que busca?
....-¿Y Ud.? -pregunté mecánicamente.
....-Soy el dueño y, claro, no busco nada -contestó de modo brusco.
....-Ah, yo tampoco. Sólo pretendo encontrar.
....Molesta por la interrupción me alejé hacia el fondo. Entonces mi mirada se posó en un frasco muy grande, como aquellos que se usaban en las tiendas de abarrotes para guardar alimentos. Un haz de luz que venía del techo reverberaba sobre los abalorios y pequeñas bolas de cristal que contenía. Saqué la gran tapa metálica, metí la mano dentro y revolví con cuidado las piezas de cristal que crepitaron como el hielo. En ese momento me sentí la niña más niña de todas.
....En el fondo del frasco descubrí una bola..., no, no podía llamar así a esa pequeña luna de cristal. Era una esfera que encerraba trozos de cielo y creo que mucho más. Esto era lo que quería, me dije. La cogí y continué mirándola.
....De pronto, imágenes de mi pasado fueron apareciendo en la esfera. Hechos simples que habían marcado mi vida. El primer recuerdo fue un vestido de niña, de seda angelical con el corpiño en tonos azules y rosas, bordado por mi madrina. Después me vi de pequeña, llevando zapatos color rojo cereza, mientras mi padre los pagaba. Luego, jacintos y más jacintos, tan azules como la eternidad. Quise detenerme en las flores y no pude. Los recuerdos comenzaron a pasar tan de prisa que apenas lograba verlos. Las mañanas frente al caballete en Bellas Artes; la música de las máquinas textiles, mientras las telas florecían entre las agujas; los desfiles de moda; mi armario donde no cabían más zapatos. Seguí viendo muchas escenas más. Y cuando intentaba reconocer las figuras que se iban dibujando en el paño blanco esa noche premonitoria de San Juan, una clienta me interrumpió al verme tan ausente. Me preguntó si me pasaba algo.
....Si -le dije y evité mirarla-, me pasa algo maravilloso.
....Entonces, llevando mi esfera de los azules en la palma de la mano como un trofeo, fui a pagarla. Al verla, el dueño la miró confuso.
....-¿De dónde la sacó?
....-De allí, donde estaba.
....-Claro, en alguna parte había de estar, ¿no? Pero, ¿dónde?
....-Donde la dejaron..., en el frasco de los abalorios y de las bolas.
....-Me pregunto cómo llegó allí –dijo pensativo. Luego agregó: -Es de mi colección particular. Es una piedra poco corriente y tiene una leyenda que sorprende...
....Pareció dispuesto a contármela, pero en ese instante sonó el teléfono, de modo que sólo me aclaró:
....-No está en venta... y jamás la vendería.
....-¿Jamás, jamás? -pregunté sin esperar respuesta, mientras le pasaba la esfera.
....Una vez en la calle respiré hondo. En realidad no me importaba tanto la pérdida de la esfera. Lo que sí me importaba era que ese trozo de cielo guardado en la esfera, me había enseñado a escuchar mi propia partitura. Ahora veía claro que lo mío era todo lo que vibrara como los colores o los sonidos.
....¡Música maestro! Ya podía comenzar el preludio de los cincuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario