martes, 7 de septiembre de 2010

AMOR Y GUERRA

Estás aquí, pero no te veo.

Te estoy tocando, pero no te siento.

Me hablas, pero no te escucho.

Sé, que ya no eres mía, me vuelvo loco, pero no pierdo la cabeza. Recojo mis cosas y salgo de casa.

Alquilé un apartamento pequeño a un paso de ti.

En la soledad de la noche, con la compañía del insomnio, recuerdo cada uno de los momentos vividos contigo, tu sonrisa siempre alegrando mi vida, tu mirada sincera, el amor y la pasión que nos regalamos estos años…

Decido llamarte por teléfono.

-¿sí?

Fueron las únicas palabras que te oí decir, en cambio, yo no podía dejar de hablar, -estaba dispuesto a no parar mientras no me perdonaras.

Pasaron dos semanas y varias llamadas, me perdonaste otra vez, con la condición de cambiar.

Volví a casa, con escaso equipaje, al atravesar el quicio de la puerta, me di cuenta que nunca cambiaría, aunque me perdonases mil veces y una más.

Pertenecí al grupo de operaciones del ejército, mi destino en los Balcanes comenzó en el frente, la primera vez que matas a alguien, no es como la primera vez de cualquier cosa:

El corazón se acelera, el pulso tiembla, el tiempo parece detenerse cuando en realidad todo ocurre en un instante, frente a ti tienes a otra persona seguramente con los mismos miedos que tú, la vista parece nublarse, en ese momento aprietas el gatillo, la bala sale del arma e impacta en su pecho, la sangre salpica en todas direcciones tiñéndolo todo de rojo, el hombre cae al suelo convulsionando durante unos instantes, agoniza hasta que muere. Esa imagen queda grabada en tu mente para siempre. Te quedas paralizado mirando el cadáver, hasta que llega alguien más veterano por detrás, te da una palmada en la espalda y te dice.

-¡Vamos chaval, no te quedes ahí que cualquier francotirador te va a joder la vida!

Al levantar la vista observas:

Gente armada, cadáveres (mujeres, ancianos, niños…) fuego cruzado, personas llorando por los suyos, algunos compañeros caídos, los periodistas haciendo su trabajo. Tienes que continuar, sigues disparando, sigues matando, todo empieza a parecerte una locura, te preguntas.

-¿No estábamos aquí en misión de paz?

En la base, los veteranos te ofrecen drogas.

-¡Toma chaval, esto te hará olvidar y podrás dormir, mañana será un día duro!

Al día siguiente te levantas, todo parece que resultará más fácil, no es así, ahora eres tú el que dice.

-¡Eh! ¿Tienes algo para continuar?

Crees que así todo será más fácil, pero te equivocas una vez más.

No recuerdo ni las personas que he matado, ni las drogas consumidas, ni las mujeres de sexo barato o por amor, ni siquiera en los conflictos que participé como mercenario después de los Balcanes.

Esta noche tampoco pude dormir, ella, acurrucada en la cama con miedo a mis brotes violentos, no se si todavía la quiero. La miro y me doy cuenta lo mucho que sufrió a mi lado, acompañándome en mis innumerables rehabilitaciones, padeciendo mis recaídas; la factura es demasiado elevada para hacerle frente.

Tengo la seguridad de no encontrar el rumbo de mi vida, sin el amor, sin la guerra.

Mi mujer, ya no me ama, el ejército, me expulsó, la sociedad, me rechaza, no creo en nada, ni siquiera en mi mismo –soy un demente.

Ahora, cuando acabe de escribir estas palabras:

Cogeré mi pistola, la montaré, colocaré dos balas en el cargador, apuntaré a la cabeza del amor de mi vida y la mataré, luego, con la segunda bala, meteré el arma en mi boca, apuntaré al cielo y apretaré el gatillo por última vez.

1 comentario:

  1. El asunto es bueno. Sin embargo, hay mucha confusión- a mi entender- en el tratamiento del tiempo narrativo. El lector no acaba de saber si el comienzo de la historia y el final son un mismo momento -el actual, el de la lectura.
    SI lo es, resulta raro que salga de la casa si la intención es usar el arma contra él mismo y la mujer. Y si no es el mismo presente, habría que hacer algunos ajustes aclaratorios...(o eso me parece a mí, que a lo peor me ha pillado hoy un poco lenta de entendederas).

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