sábado, 25 de septiembre de 2010

MANIFA

Hubo un tiempo lento para mí y para ti.
Nos pasábamos las horas hablando sin aburrirnos, sinceros hasta la obscenidad, entonces nos deseábamos pero no necesitábamos tocarnos porque estábamos tan, tan, tan cerca. Nos dábamos paz y nos contábamos chistes, o reíamos por reir, de tonterías.
Un tiempo lento que acabó sin avisos, sin señales.
Entonces dejamos de vernos, aumentaron las velocidades y ya nunca más tuve paz. Por mi deseo no han pasado los años. En los momentos más insospechados vuelven a mi tus caderas, tu sonrisa, tus manos, tus gestos, tu pelo…
El otro día cuando te vi estaba paseando el perro en pijama, todo en mi se despertó de golpe y te llamé y sonreíste al verme y que alegría, te señalé mi casa pero no te fijaste, quinto k, no tenía lápiz para apuntar tu teléfono, sólo tenía ganas de verte pero que alegría verte, tu seguías sonriendo y las palabras se amontonaban, mira que alegría verte y que tal, que tal tú, cuéntame quedamos y hablamos, eso, eso, quedamos y hablamos, pero que alegría pero tenías prisa, pero cuando te alejabas te volviste un par de veces y sonreías, estabas magnífica y yo en pijama.
El domingo a las doce y media en la plaza de la Constitución, eso era lo único que había quedado de nuestro encuentro, nada me impediría estar allí, había ido muy lejos y había vuelto, había comprobado que eras tú y sólo tú, ahora estaba seguro y no podía recordar qué pasó, cómo te había dejado ir sin batallar, sin protestar, sin hacer ruido.
El domingo me presenté una hora antes, con el traje de los domingos, con un ramito de violetas y me apoyé en la farola. La plaza era mía, llegases por donde llegases te vería venir, y no sabía si debía caminar a tu encuentro o dejarte llegar con la sonrisa esa tonta que me domina, decidí aplazar la decisión hasta el momento mismo, mejor no adelantar acontecimientos.
A las doce menos cuarto empezó a llegar gente a la plaza. Mucha gente, había un escenario montado al fondo de la plaza. Había elegido un mal día y una mala hora para quedar, si la plaza se llenaba de gente podía ser una pequeña tragedia para nuestra cita, una gran tragedia, porque si no nos encontrábamos esa vez habría que esperar a otro encuentro fortuito, años tal vez, a lo mejor tú recordabas lo de quinto k, pero yo no estaba tan seguro.
A las doce ya había demasiada gente en la plaza, yo jugaba a buscarte con la mirada y estaba seguro de reconocer tu silueta y tus andares entre mil. Es verdad, había muchas, pero como tú, ninguna. Yo estaba confiado.
A las doce y cuarto ya estábamos muy apretados, había mucha policía y por la calle Central se acercaba la cabecera de una manifestación y comprendí que se dirigían al escenario del fondo de la plaza. Definitivamente, había elegido el peor día y la peor hora para nuestra cita.
A las doce y media yo sabía que ya estabas en la plaza, buscándome entre la multitud, achuchada por unos y otros y empecé a desesperarme porque aunque podía reconocer tu silueta entre mil, no podía ver dos metros ante mí. Me tuve que encaramar a la farola y al ver la marea humana comprendí que nunca te iba a ver, tenías que ser tú la que me vieras, y llegado el momento, llegaras hasta mí.
A las doce y cuarto ya estaban todos en la plaza y las calles adyacentes. No cabía un alfiler y yo te perdía. Estiraba el cuello, trepaba por la farola cada vez más alto, esperando un gesto, una voz tuya, pero la multitud se lo tragaba todo. Saqué el pañuelo de mi bolsillo y lo agité con la esperanza de que me vieras y agitaras tu el tuyo, pero no funcionó, la gente al verme respondía agitando banderines rojos, gorras, folletos y pancartas, cuanto más agitaba yo, más agitaba la marea. Perdía las esperanzas.
Sentí un golpe en el costado y me alegré, creí que eras tú, pero no, era un señor que me pinchaba con el palo de una bandera y me la ofrecía a mí, que estaba más alto. No me pareció mala idea, era una bandera roja muy grande, todo el mundo me vería, tú también, aunque yo no pudiera verte, sabrías que yo había acudido y nos reiríamos otro día de nuestra accidentada cita. Todavía esperaba un milagro.
Al coger la bandera roja dejé caer accidentalmente las violetas y la gente que había debajo las acogió con alboroto y cuando empecé a agitar la bandera la plaza se vino abajo, todo el mundo vitoreaba a la bandera roja y yo la agitaba con entusiasmo con la esperanza de que me vieras.
Entonces acepté la idea de que no te iba a ver, pero no estaba triste, porque había descubierto que te quería y no necesitaba verte para quererte, me bastaba con creer que me estabas viendo y sonreías, me bastaba con pensar en tu flequillo, tu risa, tus labios, tu cadera, tu piel, tus manos, tus pechos, tus dedos…
La gente grita al son de la bandera y me siento cerca de ellos, aunque no sé lo que piden ni lo que significa la bandera, está claro que todos hemos venido todos a reclamar algo que nos pertenecía y se nos negaba. Aquí estamos, haciéndonos ver, reclamando lo que es nuestro y nunca vamos a tener.
Y ya no puedo subir más, la farola se termina y ya sólo me une a ella la punta de un pie y los dedos de una mano, no sólo la bandera ondea, yo también ondeo, todos ondeamos, ¿No nos ves? Mañana te dirán que fuimos doscientos mil, otros dirán que fuimos quinientos mil. Yo te digo que somos más de un millón.
Los canticos se sincronizan con los movimientos de la bandera, o tal vez los movimientos se acompasan a los cánticos, oe, oeeeee, ooooooooeee, tus caderas, oe, oeeee, tus pechos, oeeeeee, tu sonrisa…

miércoles, 22 de septiembre de 2010

PEZÁRBOL




El atardecer sorprende a los niños entre el ramaje del pezárbol, un ficus centenario en cuya espesa copa se amontonan infinidad de hojas grandes y brillantes. Son tantas que no se sabe a ciencia cierta cuáles sólo tienen forma de pez y cuáles poseen escamas, agallas y aletas reales, abren profundas bocas tragonas y miran al mar con ojos vidriosos desde su atalaya, hasta que al fin descienden y se abandonan a la sequedad de las baldosas de la plazoleta.

Sentado debajo del árbol, con un cubo lleno de morralla para la cena, un viejo pescador relata mil y una historias; o quizá las mismas historias mil y una vez. Su único oyente es un abuelo ciego que le escucha con paciencia, aunque a veces también algún transeúnte se sienta en el banco, para dejarse llevar por la bien contada lucha con el atún endemoniado, la anécdota del rape que hincó sus afilados dientes en el pie izquierdo del narrador siendo niño, el relato de cómo un anzuelo le causó una herida que nunca ha llegado a cicatrizar del todo...

Nada más empezar el pescador con sus historias, aparecen en el árbol los niños que él recuerda y nunca olvidará. Vuelan y se divierten entre ramas y hojas; juegan al pilla-pilla con los peces, los descubren por bien que se escondan y después hacen rabiar al perro de la vecina. La mayor del grupo, una muchacha rubia, se desliza graciosa y contenta por el pezárbol tumbada sobre el caparazón de una enorme tortuga marina. El pescador la cazó en su juventud y nunca ha podido olvidarla, hasta el extremo de que todos sus cuentos comienzan por un “El mismo año que cogí la tortuga…” o “No había pescado todavía la tortuga...”. Cuando ha contado estos y otros relatos, suele concluir con la odisea de dos días en un barquito a la deriva acompañado por la hija de un vecino. Entonces, la chica de la tortuga atiende y se sonríe sin ruborizarse por los detalles del amorío que tuvo lugar en aquel barco, y del cual conoce todos sus pormenores porque ella misma fue esa primera y única novia del narrador.

Entre los niños que, libres de las leyes de la gravedad, juegan entre el follaje o aletean sin esfuerzo alrededor del árbol, hay alguno que nunca alcanzaría la edad de adulto. Un día maldito el sobrino del narrador se enredó en las artes de pesca, tropezó y cayó al agua. Cuando su tío, desesperado y sin voz por los gritos de auxilio que había dado, logró finalmente sacarlo, tuvo que apartar de ese cuerpecillo menudo cientos y cientos de plateados boquerones y sardinas enormes. En otras circunstancias una redada así hubiera significado una magnífica captura como el tío nunca conseguiría, porque no volvió a la mar. Ajeno a su propia tragedia, el pequeño José sigue riéndose cada tarde entre las hojas pisciformes del ficus; cabeza abajo, se columpia entre las ramas y agarra con fuerza el mero que ha cogido. Nada le hace sospechar que su tiempo está tan limitado como el del pez que llevará orgulloso a la casa para que la madre lo cocine.

Los últimos rayos de la puesta del sol tropiezan con el árbol de los peces y niños recordados; sus finas lanzas penetran entre el follaje, resaltan unas escamas, iluminan una cara. Poco a poco la sombra de la tarde tiñe las hojas de verde botella, verde azulado, verde de agua sin fondo...

Al quedarse el pezárbol a oscuras, ya no revolotean niños a su alrededor. En el silencio que llena el hueco que ha dejado su voz, el viejo pescador se levanta y recoge su cubo con las bacaladillas que parecen estar vivas todavía. Durante un momento observa al abuelo, que se ha dormido; luego lo despierta con delicadeza y lo guía calle abajo para dejarlo en su casa. Después el pescador continuará hasta la suya. Ahora que el día se va apagando, apenas se ve entre rocas y barcos desmantelados. Espera allí, como siempre, la chavala rubia del barco a la deriva; la de la tortuga gigante, que sigue siendo su única compañera.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre Kafka

No tengo nada en contra de los ayunadores; algunos de mis mejores amigos lo son. Yo mismo sin ir mas lejos, fui una vez tentado por el ayuno.
En fin, cosas de juventud.

Observaciones sobre “El artista del hambre” de Kafka

Como hemos comentado antes sobre su obra, encuentro este relato muy actual.
Aunque creo que el ayunador representa otra cosa, se me viene a la mente dos tipos de ayunadores en nuestra sociedad desarrollada del siglo 21:

- El ayunador que está en huelga de hambre para razones “políticas”, que intenta presionar a algún gobierno o entidad oficial que actúe como el ayunador quiere, o en beneficio de si mismo o de algún colectivo a quien representa o defiende. Así se convierte en objeto de observación por el “publico” a través de los medios de comunicación – las televisiones son su jaula, nosotros somos su público y los medios de comunicación, su empresario. Siempre logra lo que propone de una manera u otra. Como mínimo consigue publicidad y conversación sobre su causa, así afectando opiniones públicas y privadas sobre el asunto, o en algunos casos consigue que el gobierno o entidad actué en acorde con sus deseos.

- El o la ayunadora que no come porque se ve guapa y atractiva en el estado esquelético, que llamamos anoréxico hoy en día, y que se ve gorda cuando está en un peso sano y “normal” de una correcta alimentación. En este caso su jaula, el entorno en lo cual se muestra, y su público, los que le observan como espectáculo, son al nivel personal y reducido en la mayoría de los casos. Y su empresario podría ser el mundo de la moda que alaba la extrema delgadez por usar modelos de este perfil.

Pero en el caso de este relato, y teniendo en cuenta los tiempos de Kafka, (aunque sigue perfectamente aplicable a la situación actual también) lanzo la siguiente interpretación sobre lo que representa el ayunador, el publico y el empresario.
El ayunador es el intelectual o idealista a quien no le gusta, ni entiende, todo los tipos de pasatiempos que los empresarios ofrecen a la población en general, a uno de los cuales el mismo pertenece.
La comida representa los pasatiempos – circos, espectáculos de poca profundidad y talento, literatura rápida y barata, etc... que él niega a comer y que le da náusea, y que al final del relato admite que no le gusta en absoluto.
El público es la población de masas que encuentra interesante su situación, durante un mínimo de días, pero luego encuentra incomprensible su insistencia en no comer (o consumir) durante tanto tiempo.
El empresario representa el proveedor de esas formas de pasatiempos de las masas que no requieren pensar ni reflexionar ni crear nada original. Termina promocionándolas por despertar la incomprensión en las masas sobre el deseo de no comer o consumirlas.
El jaula representa los propios principios del ayunador en no consumir lo que “no le gusta ni satisface” por los cuales está dispuesto a morir.

Da mucho de que hablar, y espero que tengamos la oportunidad de compartir opiniones en la sesión del miércoles.

La obsesión de un pintor

Escrito por nuestra compañera Erena (septiembre, 2010):

....Hacía mucho tiempo que el grupo de amigos pintores se reunía en el café La Cúpula. El primer lunes de cada mes les reservaban la mesa larga al fondo del local, más allá del piano. Los clientes habituales estaban acostumbrados a sus animadas conversaciones, que intentaban oír con cierto disimulo.
....-Emmanuel, no nos cuentas nada sobre lo que estás trabajando -se atrevió a preguntar uno que era nuevo en el grupo-. –Me gustaría conocer alguna obra tuya, aunque sea en fotografía.
....Después de un momento algo tenso, Emmanuel aclaró, si es que eso significaba aclarar algo:
....-Es que estoy en ello.
....Nadie más se atrevió a insistir, porque sabían que era prácticamente imposible sacarlo de su ostracismo. Nunca hablaba de su obra, pero sus opiniones sobre arte eran escuchadas con mucho interés por los amigos. Sin embargo, Emmanuel ya no era el mismo desde hacía años, desde la muerte de su padre, un rico industrial. El notario, antes de leerle el testamento, le comentó que la sorpresiva muerte por infarto le había salvado de perder la gran herencia de su padre. Éste preparaba un nuevo testamento a favor de una fundación benéfica, con la condición de que él participara en la dirección de la industria. No quería facilitarle el camino de la bohemia, le indignaba la idea de tener un hijo artista, a no ser que fuera una especie de Miguel Ángel, pero eso era una utopía, estaba seguro.
....Conocer esta postura de desconfianza y rechazo de su padre y sufrir una gran metamorfosis fue todo uno. Como si le hubieran borrado parte de su memoria. Se volvió huraño, distante. Ninguno de los amigos, ni siquiera Oriol, volvieron a pisar su atelier. Atrás quedaron las entrañables reuniones entre bastidores, lienzos y olor a trementina.
....Los amigos se preguntaban a menudo si realmente seguiría pintando, a pesar de que él lo afirmaba. Decía que un marchante en el extranjero vendía toda su obra. Fuera de esto no se le sacaba ninguna palabra más. Todo era un misterio. Desde su metamorfosis nadie había vuelto a leer ni siquiera una sola línea que hiciera mención a su pintura. ¿A qué se dedicaba?, esta era la pregunta que todos se hacían.
....Pasó el invierno y la primavera se anunciaba. En el café La Cúpula, en la mesa de costumbre, los amigos pintores conversaban muy animados cuando Emmanuel hizo su entrada con algo de retraso.
....-¡Miradlo! -exclamó uno observándolo con extrañeza.
....Los pintores se giraron y al verle no disimularon su asombro. Se veía mucho más joven y animoso. Oriol no logró contenerse y exclamó:
....-Pero si es el Emmanuel de antes.
....Al escuchar esta frase, él contestó con su habitual parsimonia:
....-No, no soy el de antes, soy el de siempre. –Después de una breve pausa agregó: -Sólo que ahora termino una etapa.
....El grupo golpeó la mesa con los puños como demostración de apoyo y aprecio.
....Sin sentarse explicó que tenía algo urgente que solucionar y sentía no poder quedarse, pero les traía folletos de la inauguración de un museo en un pueblo de Francia, dentro de poco.
....-Os ruego que vayáis, no os arrepentiréis. Podemos viajar todos juntos en mi furgón. Se trata de una nueva tendencia en los museos que dará que hablar.
....Diciendo esto, dejó los folletos sobre la mesa y se despidió. La breve presencia de Emmanuel dejó un velo de esperanza en el grupo. Les apenaba ver perderse un talento como el suyo. Sólo deseaban que volviera a pintar.
....Poco después Emmanuel viajó al extranjero a vender su obra, según decía, y desde allí debió regresar justo a tiempo para viajar todos juntos a Francia para la inauguración del museo.
....-Bueno, Emmanuel, explícanos algo más de qué va este museo.
....-Estoy conduciendo. Ya tendremos horas para hablar cuando lleguemos -se disculpó y apenas habló durante el viaje.
....De lejos distinguieron un pequeño castillo en lo alto de una loma a la entrada del pueblo. Allí estaba instalado el museo, explicó
Emmanuel.
....Cuando entraron, el servicio de catering se movía con agilidad entre los visitantes, reporteros de todos los medios, periodistas y críticos.
....-Tú que estás informado, explícanos a qué se debe el secretismo del autor de las obras expuestas -preguntó Oriol.
....-Algo os adelanté en el café. Es un modo novedoso para evitar los prejuicios, es una trampa para críticos y sabelotodos. Será divertido conocer sus opiniones sin contar con ninguna base. Al final, el autor podría ser un novato en arte -dijo con ironía.
....-Sí, sí, es ingenioso -dijeron y se rieron pensando en lo que podría resultar de esa trampa.
....-Ah, sólo pasados unos días se dará a conocer el autor -agregó.
....-¿Por dónde comenzamos? -preguntó uno.
....-Según las indicaciones, esta es la última sala, de modo que haremos el recorrido al revés o a nuestro gusto.
....Se detenían ante las obras, paladeando las texturas, las pinceladas y el color. A veces guardaban silencio para escuchar los comentarios del público y de los críticos. No cabía duda de que estaba gustando mucho.
....-Este pintor, más que pintor, es un alquimista del color -dijo de pronto Oriol-. No me explico cómo consigue estas gamas. ¿Qué opinas tú Emmanuel?
....-Dame un poco de tiempo. Primero me gustaría que viéramos sus primeros lienzos -contestó excitado y sus ojos brillaban como en otra época.
....Recorrieron varias salas mirando de reojo las pinturas hasta llegar a una sala reducida. Allí, Emmanuel se detuvo ante un óleo de dimensiones reducidas y Oriol se acercó bruscamente a ese cuadro. Se llevó las manos a la cara al reconocerlo.
....-¡Tú eres el pintor! -gritó, incapaz de agregar nada más.
....Es difícil explicar el revuelo que se armó entre el grupo. Se miraban entre si con los ojos desorbitados y al intentar felicitarlo las palabras se les atragantaban. Siguió un baile de abrazos y más palabras entrecortadas, hasta que Emmanuel dijo:
....-Amigos, tenemos mucho que hablar. He trabajado y vivido como un loco para demostrarme que puedo triunfar como mi padre, aunque sólo sea como artista. Hoy me siento como una botella de cava que se ha destapado. Soy todo burbujas. El museo ya está en marcha y será mi mejor obra. Es el homenaje al hijo de mi padre.

martes, 14 de septiembre de 2010

El Lapicero (binomio fantástico: caja y beso)

Escrito por nuestra compañera Pepa Cejas (septiembre, 2010):

Una calle de adoquines. Son las seis de la tarde en una ciudad pequeña. Dolores vuelve con su nieta del colegio. La niña va feliz. Hoy no repara en que su abuela, como siempre, apretándole tanto la mano mientras caminan, le clava la A del sellito de oro. Ni le pesa que la lleve a ese ritmo de carrera hacia la casa, sin pararse en las vitrinas golosas. O que esté otra vez callada y mire sólo al frente, seria, pensando no se sabe en qué cosas, mientras mueve sus labios finos, casi azules, como rezando.

Es 25 de mayo de 1968. Hoy ha entendido qué significan esos números. Se llama fecha. La maestra la escribe al empezar la clase en la parte más alta del encerado. El tiempo –qué alegría le ha dado descubrirlo- ¡puede contarse! Igual que las galletas. O las cabezas de los niños vecinos, burlones, asomados al ojo de patio mientras la abuela la baña en un balde de zinc... (Aurora ,que se te ve el culo, Aurora…). O los ruidos de los muelles, en medio de la noche, cuando una de las dos cambia de postura en la cama muy estrecha que comparten.

Pero no es este misterio de los meses y los años lo que dibuja esta sonrisa entre sus trenzas, sino el tesoro que trae oculto en la maletita escolar: una caja alargada de madera con una tapa que corre. Dentro, un puñado de lápices con la punta recién sacada. Y aún en otro piso inferior que se gira, van más lápices de colores, una goma de nata, un sacapuntas y una regla muy parecida a las barritas de pasta sara.

La rutina no se altera: En el mínimo salón de la portería hay una mesa redonda. Se sienta en el taburete y en seguida ya hay un vaso de Cola-Cao muy caliente que tendrá que tomarse de inmediato, a cucharaditas, soplándoles a todas por no quemarse la lengua. La abuela abre la cartera y saca el lapicero. Da un grito y Aurora, sin querer, del sobresalto, derrama la leche que en ese momento se llevaba a la boca.
....-¿De dónde ha salido esto, ladrona?, ¿De dónde, di…?

La ha agarrado del brazo y la zarandea. La niña no entiende por qué se enfada pero se ha acostumbrado a estas reacciones y no se asusta. Es una parte más de la merienda. Otra veces son las manchas del babero. O un churrete. O haberse olvidado la bufanda en la clase… Un zarandeo es mejor que los pellizcos, no hay duda.
....-Es de Claudia. Se lo dieron en su cumpleaños. Ella tiene otro más grande y no le importa que lo coja. Seguro.
....-¡Ladrona!, ¡ladrona! … ¡Ay, cuando se lo diga a tu madre…!

La abuela siempre dice lo mismo: Cuando se lo diga tu madre… Porque el padre ya no viene nunca. Pero luego la madre llega los domingos y, aunque se entere de las muchas cosas malas que ha hecho cada día, la coge igual en brazos y le da besos y besos y tantos besos… y la niña cree que se le cierran los oídos a las dos cuando están juntas, antes de salir al parque. Por eso no le preocupa la amenaza.

Esa noche tiene un castigo. Deberá dormir con la cabeza en los pies de la cama, al contrario. Por el robo. Pero es mejor porque así oye algo más lejos los ronquidos y puede pensar tranquilamente. Mañana tendrá que devolver el lapicero, qué lástima; despedirse de esa caja llena de colores, de su mecanismo suave con puertas y pasadizos, del ruido que hacen los lápices dentro, al moverse, cuando van en la cartera...

El 26 de mayo de 1968, la niña deja el lapicero sobre el pupitre de Claudia, como ha prometido. Y lo mira intensamente, a modo de despedida. La compañera le da las gracias. La señorita se acerca a las dos niñas y usa palabras amables. No dice ladrona en ningún momento. Sí explica que pedir permiso es mejor. Aurora asiente, los ojos aún clavados en la caja de madera.

Al final de la tarde, la señorita la llama, apartándola de la fila: la hace cerrar los ojos y le pone en las manos una cajita de lápices Alpino. Doce. Todos para ella. Sólo le pide una cosa: que le traiga un dibujo al día siguiente. Y que escriba su nombre en él: ha aprendido a hacerlo hace muy poco y aún le cuesta enderezar los trazos de la ere.

Después de la merienda del África tropical, en la hoja a cuadritos de un cuaderno, la niña se esmera pintando. Son besos, un arco iris de besos, tal como los que su madre volverá a regalarle en muy pocos días. Ojalá –se le ocurre- tuviera otra caja para guardarlos. Y en su lógica infantil aparece la palabra besero para un artefacto que aún no existe y alguien tendrá que inventar algún día.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Binomio fantástico: Sensible y pez

Escrito por nuestra compañera Pury del Valle (septiembre, 2010):

Curiosas palabras vinieron al azar en la dinámica del binomio fantástico. Totalmente opuestas a simple vista. “Sensible – pez” quedé atónita pensando y repitiéndolas una y otra vez, hasta que su eco pareció resurgir desde lo profundo de los océanos.
De los mares internos de mi ser oí susurrar… “tu signo del zodíaco”…
....-Qué tendrá que ver -repliqué enfadada, a la vez que visualicé el símbolo piscis…
En ese instante una voz interna afirmó con ímpetu: "Su característica es la sensibilidad…"
En aquel momento cogí un boli y un papel como alguien dispuesto y feliz de cumplir su misión…
Tenía la oportunidad de llevar a cabo una ardua tarea del pensamiento, “entrenar la mente” Cambiar un sistema de pensamiento basado en el dolor, por un sistema de pensamiento basado en el amor.
....-Piscis nació para amar,
....-Para ser feliz,
....-Para enseñar a los demás con amor y ternura..
....-Para disfrutar de lo cotidiano…
Es allí donde realizará todas sus actividades…
Buscará ser feliz y enseñar el camino de la felicidad…
De ti depende, toma las riendas de tu vida.
Tienes el poder de elegir ser feliz.

UN RECUERDO FELIZ




(Binomio fantástico: "manga y velador")

UN RECUERDO FELIZ


Mi hermano, me cuenta esta historia muchas veces y yo, he acabado por creérmela, por olerla, y por saborearla. Me dice siempre que me la cuenta, que yo era un niño muy despierto y que aquella mañana, abrí tanto los ojos, que parecía que hubiese visto al diablo.
Para mí, era todo un misterio que la crema, tan blanca, tan dulce, tan sabrosa, tan blandita, se enroscase como una caracola y permaneciese en pié sobre los bizcochos almibarados. En su relato, destaca el momento en el que papá se retiró un paso del poyete de mármol donde los pasteles se dejaban hacer y adornar por todos, y la tía Angustias se acercó con la fuentecita azul de vidrio y posó sobre la cumbre de cada uno de ellos, una preciosa y brillante guinda roja.
Entonces, me dice que mamá me alzó en brazos para que desde la torre cálida de su piel canela, pudiese ver tan ordenados, tan juntitos, tan vestidos de fiesta, los pastelitos que tomaríamos a la tarde.

Celebraríamos el cumpleaños de mi hermano Tono, el que me cuenta esta historia tantas veces, el único que tengo y que aquel día correteaba por la casa y tropezaba con unos y con otros en la cocina; al que reñían por no estarse quieto ni un momento, pero al que no parecía importarle porque estaba muy contento. Le habían regalado una cámara de fotografiar y quería inmortalizarnos a todos.

Tono, mi hermano, me cuenta siempre que sólo mi padre supo pararle los pies cuando dijo aquéllo de: "¿quién quiere apurar de la manga?"
De un salto, se plantó ante él abriendo una boca enorme, mientras yo miraba asombrado como de la manga, salía aquella crema blanca que mi hermano paladeaba antes de tragar. Tú también querías probarla, me dice, pero como no sabías hablar, intentaste saltar de los brazos de mamá. Y me cuenta mi hermano, que empecé a empujarla y a chillar como un verraco y que demostré tanta ansiedad por probar la crema, que a todos hice mucha gracia y por eso están riendo en la foto y yo tengo los ojos tan abiertos.

No sé qué pasó después, eso nunca ha querido contármelo, pero me asegura que ya no volvió a celebrar su cumpleaños. Que no volvió a ver a papá, ni a mamá, ni a la tía Angustias, y que desde entonces, yo vivo sin salir de esta habitación, acostado en una cama que no es la mía y necesitando toda la ayuda del mundo para poder realizar cualquier cosa pequeña.

Tono, no puede venir todos los días, pero sabe que todos los días necesito de un recuerdo feliz para seguir viviendo. Por eso me regaló la foto que descansa sobre el velador y que puedo mirar desde la cama. Ella me repite con imágenes, la misma historia que él me cuenta cuando viene a visitarme.

Chu.

domingo, 12 de septiembre de 2010

MINISTRO Y PAPEL (binomio fantástico)

El nuevo ministro era pequeño de estatura, tan pequeño que tuvieron que adaptar los muebles del despacho que había ocupado su antecesor, Guillermo Uvedoble, un hombre de piernas delgadas, brazos huesudos y manos tan largas que finalmente fueron su perdición. Cuando la comisión de control descubrió hasta dónde habían llegado esos dedos, el hábil malabarista financiero acabó en la cárcel, y el rey nombró en su lugar a Xavier Ekis, economista afamado, que sin embargo nunca había superado la talla de un chaval de doce años.

Instalado en su nuevo dominio, apoyados los pies en una banqueta, y colocados los objetos de escritorio a una distancia correcta para el alcance de sus bracitos, Xavier empezó a ejercer de ministro. Le había caído la cartera de finanzas, y este hombre bajito, que logró reducir gastos y ajustar presupuestos, no perdonó el más mínimo despiste ni error de nadie, y sus subordinados tuvieron que apretarse los mismos cinturones que bajo la batuta de Guillermo Uvedoble se habían convertido en extensibles bandas elásticas.

Aunque los expedientes, informes y recopilaciones formaran auténticas montañas de papel alrededor de su escritorio, Xavier siempre salía a flote sacrificando incluso su hasta entonces feliz matrimonio; cuando su mujer finalmente le abandonó, ni se dio cuenta porque trabajaba hasta veinte horas diarias y dormía las restantes en dos cojines debajo del sillón del despacho.

Un día cayó en sus manos un balance de la Casa Real. Descubrió enseguida unas incongruencias que un contable sin duende había querido encubrir, y lo devolvió pidiendo explicaciones…

Su destitución fue fulminante, pero al no haber cometido ningún crimen contemplado en el código penal, tuvieron que mantenerle como funcionario y se les ocurrió destinarle a correos donde trabaja feliz hasta el día de hoy, porque se ha encontrado con caras más pequeñas que la suya representando a famosos –incluso al rey– y las puede maltratar impunemente con el matasellos.

martes, 7 de septiembre de 2010

AMOR Y GUERRA

Estás aquí, pero no te veo.

Te estoy tocando, pero no te siento.

Me hablas, pero no te escucho.

Sé, que ya no eres mía, me vuelvo loco, pero no pierdo la cabeza. Recojo mis cosas y salgo de casa.

Alquilé un apartamento pequeño a un paso de ti.

En la soledad de la noche, con la compañía del insomnio, recuerdo cada uno de los momentos vividos contigo, tu sonrisa siempre alegrando mi vida, tu mirada sincera, el amor y la pasión que nos regalamos estos años…

Decido llamarte por teléfono.

-¿sí?

Fueron las únicas palabras que te oí decir, en cambio, yo no podía dejar de hablar, -estaba dispuesto a no parar mientras no me perdonaras.

Pasaron dos semanas y varias llamadas, me perdonaste otra vez, con la condición de cambiar.

Volví a casa, con escaso equipaje, al atravesar el quicio de la puerta, me di cuenta que nunca cambiaría, aunque me perdonases mil veces y una más.

Pertenecí al grupo de operaciones del ejército, mi destino en los Balcanes comenzó en el frente, la primera vez que matas a alguien, no es como la primera vez de cualquier cosa:

El corazón se acelera, el pulso tiembla, el tiempo parece detenerse cuando en realidad todo ocurre en un instante, frente a ti tienes a otra persona seguramente con los mismos miedos que tú, la vista parece nublarse, en ese momento aprietas el gatillo, la bala sale del arma e impacta en su pecho, la sangre salpica en todas direcciones tiñéndolo todo de rojo, el hombre cae al suelo convulsionando durante unos instantes, agoniza hasta que muere. Esa imagen queda grabada en tu mente para siempre. Te quedas paralizado mirando el cadáver, hasta que llega alguien más veterano por detrás, te da una palmada en la espalda y te dice.

-¡Vamos chaval, no te quedes ahí que cualquier francotirador te va a joder la vida!

Al levantar la vista observas:

Gente armada, cadáveres (mujeres, ancianos, niños…) fuego cruzado, personas llorando por los suyos, algunos compañeros caídos, los periodistas haciendo su trabajo. Tienes que continuar, sigues disparando, sigues matando, todo empieza a parecerte una locura, te preguntas.

-¿No estábamos aquí en misión de paz?

En la base, los veteranos te ofrecen drogas.

-¡Toma chaval, esto te hará olvidar y podrás dormir, mañana será un día duro!

Al día siguiente te levantas, todo parece que resultará más fácil, no es así, ahora eres tú el que dice.

-¡Eh! ¿Tienes algo para continuar?

Crees que así todo será más fácil, pero te equivocas una vez más.

No recuerdo ni las personas que he matado, ni las drogas consumidas, ni las mujeres de sexo barato o por amor, ni siquiera en los conflictos que participé como mercenario después de los Balcanes.

Esta noche tampoco pude dormir, ella, acurrucada en la cama con miedo a mis brotes violentos, no se si todavía la quiero. La miro y me doy cuenta lo mucho que sufrió a mi lado, acompañándome en mis innumerables rehabilitaciones, padeciendo mis recaídas; la factura es demasiado elevada para hacerle frente.

Tengo la seguridad de no encontrar el rumbo de mi vida, sin el amor, sin la guerra.

Mi mujer, ya no me ama, el ejército, me expulsó, la sociedad, me rechaza, no creo en nada, ni siquiera en mi mismo –soy un demente.

Ahora, cuando acabe de escribir estas palabras:

Cogeré mi pistola, la montaré, colocaré dos balas en el cargador, apuntaré a la cabeza del amor de mi vida y la mataré, luego, con la segunda bala, meteré el arma en mi boca, apuntaré al cielo y apretaré el gatillo por última vez.

Binomio fantástico: Casete y pulmón

Escrito por nuestro compañero Fran (septiembre, 2010):

....Aquel día, Leopoldo, que era un hombre positivo, se levantó como siempre de la cama, con una sonrisa enorme en su cara. Pero aquella sonrisa voló de su rostro en un plis-plas, cuando se dio cuenta de que no paraba de oírse una canción.
....Era una canción conocida, Leo tenía la sensación de conocerla. Pero aquella musiquita persistente sonaba lejana, como chiquitita, como un diminuto susurro flotando en el viento.
....El anciano Leo se colocó sus pantuflas y se fue a mirar por la ventana de su casa. Pensó que tal vez la canción procediera del hogar de algún vecino. Seguramente. Leo miró atento cómo la vida se desperezaba en la calle. En la fresca mañana el otoño ya caía desmayado de los árboles.
....El viejo fue a vestirse, le tocaba su paseo matutino con Goliat, su chihuahua de color canela. ¡Vamos, Goliat, levanta el culo, que nos espera la calle!
....Bajando las escaleras, Leo seguía oyendo aquella musiquita lejana, como un eco insistente e imparable. Ya en el parque, donde Goliat ligaba con una hembra Samoyedo, mucho más grande que él, su dueño continuaba oyendo la sempiterna musiquita.
....En el bar de Pepe Pinto, Leo se pidió una cerveza, y aunque había música de ambiente en el local, aquella musiquita de cuando despertó, persistía en sus oídos, repetitiva, eterna. El viejo se cansó y fue a visitar a Paquillo, un amigo suyo, y médico ya jubilado. Le explicó lo que le pasaba, y Paquillo fue a oírle el pecho con su fonendoscopio.
....-¡Eureka! -Exclamó el doctor- Aquí, a la altura del pulmón, se halla el origen de tu problema.
....Paquillo le colocó el estetoscopio a su amigo, y le hizo escuchar los sonidos que provenían de su pecho, era una canción que decía así: "Sueño contigo, ¿qué me has dado? Sin tu cariño no me habría enamorado...".
....-¡Joder! -Gritó Leopoldo- ¡Ya sabía yo que me sonaba mucho la cancioncita! Es Camela. Mi nieta Puri los escucha en todo momento.
....El doctor hizo una radiografía del tórax a Leo, y descubrió que en medio de su pulmón derecho había una pequeña casete. Esa era la causante de todo.
....-Escucha esto, amigo mío, esto es muchísimo mejor... -sugirió el doctor a Leo, dejándole escuchar los sonidos que provenían del pecho del anciano médico. Se escuchaba lo siguiente: "She love you, yeah, yeah, yeah... she love you, yeah, yeah, yeah..."
....Los Beatles, ¡esto sí es música! ¿Eh, Leo?

EL CAMBIO




La luz siempre tenía la misma intensidad. El olor a tierra quemada empapaba los pelillos intangibles que se ocultaban en mis fosas nasales, y fue precisamente ese terroso aroma el que me indicó que esta vez no me había equivocado.

Apreté mis manos intentando no producir ningún sonido, llevaba más de tres días sin moverme, sin respirar. Oculto en un rincón agradecí que la oscuridad fuera constante la mitad del año en ese congelado lugar. Mi sombra se camuflaba con el entorno y sólo el resplandor de una vela dibujaba la aureola que enmarcaba la cuna. Era demasiado grande para un bebé y tenía un color azul indescifrable en esa semipenumbra, yo lo sabía porque la construí, era celeste.

Hacía dos semanas que no me atrevía a mirarla, exactamente el tiempo que hacía que había nacido. Desde allí todavía se veían algunas gotas oscuras en el empedrado suelo y en el lateral de la cuna, era sangre. El pitido de su respiración no había sido roto por el espasmo de su llanto, todavía no había comido y sabía que no iba a querer nada de lo que yo pudiera ofrecerle, mató a su madre en el parto.

Ella era como yo. Lo supe en el mismo instante en que la comadrona me la enseñó, en el mismo instante en que su delgado cuerpo se apretujó entre mis dedos con la incipiente pelusa rubia coronando su linda cabeza y sus rojizos ojos brillaron en los míos, sus ojos…

Reconozco que tuve miedo, estuve tentado en dejarla caer, que muriera, pero era mi hija, sangre de mi sangre, no podía abandonarme al terror aunque tampoco quería acercarme y no podía pedirle a nadie que lo hiciera, correría demasiado peligro, ella era mucho más fuerte que yo.

Por eso esperé, tan asustado que el propio pánico me pegaba a la pared estrujándome hasta hacerme parecer invisible, esperé los cambios, atento, petrificado por lo conocido, calcinado de comprensión. El picor que olfateó mi piel anunció que en apenas unos minutos pasaría lo que tanto había temido, después de varias décadas, cuando ya creía que toda posibilidad se había extinguido y que seguiría solo, ocurrió.

El estremecedor crujido de los huesos al partirse retumbó en la habitación, quise impedirle el dolor pero sabía que era imposible, note en mi propia piel la quemazón de su agonía y no hizo falta que me acercara para ver como su electrizante rabo sobresalía de la cuna dibujando una curva en el aire. Y escuché en lugar del dulce llanto de una bebé el aullido gélido de una lobezna.

Esa noche fue su primera luna llena.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Hombre de papel

Me levanto antes de que suene el despertador y ya estas en mi cabeza.
Tengo la certeza de que has estado conmigo toda la noche pero no puedo probarlo.
Te siento.
Tengo que hacer un esfuerzo por encarar el desayuno, el trajín de las cosas que se agolpan en la puerta de casa, listas para salir a la calle.
Lo pongo todo en orden y me dispongo a salir. Repaso mentalmente todo lo que me tengo que llevar antes de cerrar la puerta. En esos momentos tengo que apartarte de mi mente. No vaya a ser que digan luego que soy un despistado.
En el trabajo agradezco a las máquinas su trabajo constante. Ellas me permiten pensar en ti largamente.
Sólo tengo que sincronizar mi ritmo con la tarea. La rutina me permite volver una y otra vez a ti.
En la hora de la comida me intereso por las vidas de mis compañeros. Alguna cosa cuento pero contadas veces tengo tanta confianza como para hablar de ti.
Cuando puedo hablar de ti con alguien hablo apresuradamente y con entusiasmo. Pocos lo comprenden.
Es bueno hallar con quien hablar, a veces, pero es mejor callar (cuando es preciso).
A la vuelta del trabajo, camino de casa, sigo pensando en ti. Mi cuerpo esta cansado, pero tu presencia me vuelve eufórico por momentos.
A veces hablo. Alguna palabra se me escapa y me avergüenzo un poco. No de ti, sino de que alguien me vea hablando solo por la calle.
Disimulo. Sigo cantando una canción o silbo algo.
Lo primero que hago al llegar a casa es poner la tele. Pero si estas rondando por mi cabeza no puedo enterarme de lo que dicen. La dejo encendida y salgo al balcón a fumar un cigarro.
Miro el humo del cigarro e intento reconstruirte una y otra vez, como si fueras una voluta de humo.
Estas tan cerca…
A veces salgo a dar un paseo y llego hasta la vía del tren. Allí sigo con lo mío, pensando y pensando en ti se me pasan las horas.
Cuando ya no puedo más me pongo a escribirte. Siempre sé cuando es el momento.
Y te escribo de un tirón.
Ya estas aquí, cuentesito mio.

jueves, 2 de septiembre de 2010

15 de septiembre

De la Literatura a la Pintura


...."En el centro de Fedora, metrópoli de piedra gris, hay un palacio de metal con una esfera de vidrio en cada aposento. Mirando dentro de cada esfera se ve una ciudad azul que es el modelo de otra Fedora. Son las formas que la ciudad habría podido adoptar si, por una u otra razón, no hubiese llegado a ser como hoy la vemos. En todas las épocas hubo alguien que, mirando a Fedora tal como era, había imaginado el modo de convertirla en la ciudad ideal, pero mientras construía su modelo en miniatura, Fedora dejaba de ser la misma de antes, y aquello que hasta ayer había sido uno de sus posibles futuros ahora era solo un juguete en una esfera de vidrio." (Las Ciudades Invisibles, de Italo Calvino)


Fedora, de Pedro Cano


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De la Pintura a la Literatura


Diana después del baño, de François Boucher


...."Esa, la de la izquierda, soy yo, Diana Lucrecia. Sí, yo, la diosa del roble y de los bosques, de la fertilidad y de los partos, la diosa de la caza. Los griegos me llaman Artemisa. Estoy emparentada con la Luna y Apolo es mi hermano. Entre mis adoradores abundan las mujeres y los plebeyos.
....Hay templos en mi honor desparramados por todas las selvas del Imperio. A mi derecha, inclinada, mirándome el pie, está Justiniana, tiniana, mi favorita. Acabamos de bañarnos y vamos a hacer el amor.
" (Elogio de una madrastra, de Mario Vargas Llosa)

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

UNIVERSO ACABADO

Inmensa la extensión bañada en luz y enterrada en ocre y celeste. Tumbada en aquel desierto e inacabable mar se encontraba una figura encorvada, llameante de sombras que se fundían con la salobre orilla que serpenteaba hasta donde ninguna mirada había llegado jamás.

La figura no tenía ojos, pero lo veía todo, miraba sin ver y asimilaba la tersura marrón de su asiento de piedra mientras sentía el frescor opaco de la tarde. Murmuraba unas tibias palabras que únicamente a ella le parecían hermosas y cosquilleaban en su boca hasta que las dejaba salir volando, no había nadie más.

Salió del acantilado y caminó sobre la tierra y el agua, con su lánguida dejadez, llegó hasta donde los cristalinos árboles se doblegaban por el peso de su fruta y se sentó debajo de ellos. Abrió la mano y allí brilló, como si hubiera estado siempre, la minúscula bola. En la sombra de aquel bosque de macedonia parecía una cuenca negra, sin vida. Fue al girarla, cuando un rayo de luz juguetón la alcanzó, cuando se coloreó del morado dulzón de una ciruela madura. La pequeña bola lamió la oscuridad con un parpadeo intenso y entonces el infinito, inacabable, interminable y sempiterno universo apareció reflejado en esa esfera de apenas un centímetro de diámetro y una cálida suavidad.

La silueta sonrió, no tenía ojos porque no le hacía falta ver… Dios lo creó todo a su imagen y semejanza.

MI SUEÑO

Me quedé dormido con la bola azul en la mano y soñé con las agrias palabras del abuelo ordenándome ir al cuarto a dormir la siesta en el calor abrasador del estío. Totalmente desvelado podía oler en la distancia a jazmín del amor de verano.
Al sumergirme en el sueño reparador, pude realizar una inmersión por los océanos de la tierra y sentir el lamento de los seres que lo habitan a causa de la contaminación que los asola.
En la profundidad del Amazonas veía el miedo amarillo reflejado en las caras de los aborígenes huyendo de la deforestación que devora la selva.
En todos los conflictos que recorrí con la facultad del sueño incontrolable, pude tocar la negra muerte, metiéndome en la piel de todas las víctimas.
Pasando de soslayo por África vi el incoloro del hambre de los niños que no tienen nada que llevarse a la boca, sentí la sombría impotencia a la impasibilidad de los gobernantes. Oí nítidamente la sinfonía del llanto pasivo de las madres a la espera de un destino fatal. Pude tocar la flor de la esperanza y desperté con la bola en mis manos y con la convicción de un mundo mejor...

Los azules de la esfera

Escrito por nuestra compañera Erena (agosto, 2010):

....Abrí los ojos y me desperté de golpe. Este era el último día de mi cuarentena. Mañana cumpliría el medio siglo. El tiempo había pasado, lo sabía, sin embargo, conservaba mi ánimo de treintañera. Por eso, no me asustaba cumplir los cincuenta y los esperaba con una curiosa alegría.
....Tardé bastante en arreglarme. Sentía que tenía una cita con el pasado. Quería dar una última mirada atrás, hacer un repaso antes de cerrar esta etapa. Aunque era posible que con cuarenta o con cincuenta, todo siguiera igual.
....Salí con ánimo goloso, quería dejarme poseer por la ciudad, saborear cada instante, sentir cómo se iba haciendo el día. Bajé por Paseo de Gracia, deteniéndome ante los escaparates, admirando las fachadas con sus mosaicos apetitosos, la gente que se movía al ritmo de sus inquietudes. Continué hacia la plaza del Pi y, muy cerca, detuve mis pasos ante una tienda que todavía conservaba los postigos de madera de antaño, las ventanas de guillotina con sus cristales de pequeños rectángulos, como en las postales de navidad. Observé el batiburrillo de objetos desbocados mezclados al azar, muchos de ellos antiguos. Esta tienda trasnochada era lo que necesitaba para sazonar el día.
....Entré y tranquilamente, casi como una sonámbula, me sumergí en uno de los pasillos, hurgando entre anaqueles y cajas. Mis ojos saltaban de una cosa a la otra y el tacto de mis dedos me ayudaba a verlas. Ensimismada en esta especie de rastreo una voz me sobresaltó:
....-¿Qué es lo que busca?
....-¿Y Ud.? -pregunté mecánicamente.
....-Soy el dueño y, claro, no busco nada -contestó de modo brusco.
....-Ah, yo tampoco. Sólo pretendo encontrar.
....Molesta por la interrupción me alejé hacia el fondo. Entonces mi mirada se posó en un frasco muy grande, como aquellos que se usaban en las tiendas de abarrotes para guardar alimentos. Un haz de luz que venía del techo reverberaba sobre los abalorios y pequeñas bolas de cristal que contenía. Saqué la gran tapa metálica, metí la mano dentro y revolví con cuidado las piezas de cristal que crepitaron como el hielo. En ese momento me sentí la niña más niña de todas.
....En el fondo del frasco descubrí una bola..., no, no podía llamar así a esa pequeña luna de cristal. Era una esfera que encerraba trozos de cielo y creo que mucho más. Esto era lo que quería, me dije. La cogí y continué mirándola.
....De pronto, imágenes de mi pasado fueron apareciendo en la esfera. Hechos simples que habían marcado mi vida. El primer recuerdo fue un vestido de niña, de seda angelical con el corpiño en tonos azules y rosas, bordado por mi madrina. Después me vi de pequeña, llevando zapatos color rojo cereza, mientras mi padre los pagaba. Luego, jacintos y más jacintos, tan azules como la eternidad. Quise detenerme en las flores y no pude. Los recuerdos comenzaron a pasar tan de prisa que apenas lograba verlos. Las mañanas frente al caballete en Bellas Artes; la música de las máquinas textiles, mientras las telas florecían entre las agujas; los desfiles de moda; mi armario donde no cabían más zapatos. Seguí viendo muchas escenas más. Y cuando intentaba reconocer las figuras que se iban dibujando en el paño blanco esa noche premonitoria de San Juan, una clienta me interrumpió al verme tan ausente. Me preguntó si me pasaba algo.
....Si -le dije y evité mirarla-, me pasa algo maravilloso.
....Entonces, llevando mi esfera de los azules en la palma de la mano como un trofeo, fui a pagarla. Al verla, el dueño la miró confuso.
....-¿De dónde la sacó?
....-De allí, donde estaba.
....-Claro, en alguna parte había de estar, ¿no? Pero, ¿dónde?
....-Donde la dejaron..., en el frasco de los abalorios y de las bolas.
....-Me pregunto cómo llegó allí –dijo pensativo. Luego agregó: -Es de mi colección particular. Es una piedra poco corriente y tiene una leyenda que sorprende...
....Pareció dispuesto a contármela, pero en ese instante sonó el teléfono, de modo que sólo me aclaró:
....-No está en venta... y jamás la vendería.
....-¿Jamás, jamás? -pregunté sin esperar respuesta, mientras le pasaba la esfera.
....Una vez en la calle respiré hondo. En realidad no me importaba tanto la pérdida de la esfera. Lo que sí me importaba era que ese trozo de cielo guardado en la esfera, me había enseñado a escuchar mi propia partitura. Ahora veía claro que lo mío era todo lo que vibrara como los colores o los sonidos.
....¡Música maestro! Ya podía comenzar el preludio de los cincuenta.

Oscar's blues

Escrito por nuestra compañera Amy (agosto, 2010):


Con que facilidad y rapidez sus dedos tocan las teclas, ¿cómo sentirían esos dedos sobre mi espalda?

Corren, saltan, brincan juguetean, cosquillean, como yo haría sobre la hierba de en un prado verde, húmedo con rocío y dulce con la frescura de la mañana: salto tras las mariposas, giro con la brisa, bailo al son de las canciones de los pájaros.

Las caderas balancean, los ojos cierran, el ritmo y el sitio cambia….

Cocino:, el aroma de aceite virgen y ajo salteando gambas, chardonay dorado en la copa, la mesa puesta con velas, mantel de encaje y china heredada. Está guapísimo vestido de traje, repasa los títulos de los libros en mi estantería, coge alguna que otra fotografía para mirarla de cerca, se me acerca, se coloca detrás mía, cerquita, besa mi nuca, una mano descansa casualmente en mi cadera, un escalofrió baja mi espalda, ¿así sentirían esos dedos sobre mi espalda?